EL SÁBADO SANTO
EL SÁBADO SANTO
MAÑANA
JESÚS EN LA
TUMBA. — La noche ha pasado sobre el sepulcro en que descansa el cuerpo del
Hombre-Dios. Pero si la muerte triunfa en el fondo de esta gruta silenciosa; si
tiene entre sus lazos a Aquel que da la vida a todos los seres, su triunfo será
muy corto; en vano velan los soldados a la entrada de la tumba; no podrá
retener al divino cautivo cuando emprenda su vuelo. Los santos ángeles adoran con
profundo respeto el cuerpo inanimado de aquel cuya sangre va a "purificar
al cielo y a la tierra". Este cuerpo separado del alma durante un corto
instante ha permanecido unido al Verbo; el alma que momentáneamente cesó de
animarle, no perdió tampoco su unión con la persona del Hijo de Dios. La
divinidad permanece unida incluso con la sangre derramada en el Calvario y que
debe entrar de nuevo en las venas del Hombre-Dios, en el momento de su próxima
resurrección.
EL EXCESO
DEL AMOR DIVINO. — Acerquémonos a esa tumba y veneremos nosotros también los
restos del Hijo de Dios. Ahora conoceremos los efectos del pecado. "Por el
pecado ha entrado la muerte en el mundo, y se ha comunicado a todos los
hombres."
Jesucristo,
"que no conoció el pecado" permitió sin embargo a la muerte extender
sobre El su dominio, con el fin de disminuir en nosotros la repugnancia que
hacia ella profesamos y de devolvernos, una vez resucitado, la inmortalidad que
el pecado nos había arrebatado. En su Encarnación se había dignado tomar "La
forma de esclavo"; en este misterio se ha humillado todavía más. ¡Vedle
muerto en una tumba! Si este espectáculo nos revela el afrentoso poder de la
muerte, nos muestra aún en mayor grado el inmenso e incomprensible amor que
Dios tiene para con el hombre. Este amor no ha retrocedido ante ningún exceso;
y por esto podemos decir que, si el Hijo de Dios se ha bajado fuera de toda
medida, nosotros hemos sido tanto más glorificados por sus humillaciones. Que
esto nos lleve a amar esa tumba en la cual debemos nosotros nacer a la vida; y
después de haberle dado gracias por haber querido morir por nosotros en la
cruz, agradezcamos asimismo el haber aceptado por nosotros la humillación del
sepulcro.
LA VIRGEN DE
LOS DOLORES. — Bajemos ahora a Jerusalén y visitemos a la Madre de los dolores.
La noche ha pasado también por su corazón, y las escenas de la jornada no han
cesado de asaltar su memoria. Su Hijo ha sido pisoteado por los hombres,
mientras ella veía correr su sangre. ¡Cuántas lágrimas no ha derramado ella durante
estas largas horas; y, sin embargo, Jesús no le ha sido aún devuelto! Junto a
ella Magdalena, completamente desecha por las sacudidas y empujones recibidos
en las calles de Jerusalén y en el Calvario, está muda de dolor. Espera que
amanezca el día siguiente para volver al sepulcro y contemplar de nuevo los
restos de su querido maestro. Las otras mujeres, menos amadas que la Magdalena,
mas, sin embargo, estimadas por Jesús que han desafiado las burlas de los
judíos y de los soldados, por asistir a Jesús hasta su muerte, rodean ahora
cuidadosas a la Virgen, y piensan aliviar su propio dolor, yendo con Magdalena,
una vez pasado el Sábado, a depositar en el sepulcro el tributo de su amor.
LOS
DISCÍPULOS. — Juan, el hijo adoptivo, el amado de Jesús, llora por el Hijo y
por la Madre. Los demás Apóstoles, los discípulos José de Arimatea y Nicodemus,
van visitando uno a uno esta mansión de dolor. Pedro, con la humildad de su
arrepentimiento, no tiene miedo de presentarse en la presencia de la Madre de
la misericordia. Se comenta en voz baja de una parte el suplicio de Jesús, y de
otra, la ingratitud de Jerusalén. La Santa Iglesia, en el oficio de esta noche,
nos sugiere algunas ideas de lo que debieron ser las conversaciones de estos
hombres que han sido tan atrozmente conmovidos por tan terrible catástrofe.
"Así muere el justo, dicen pilos, y nadie se conmueve; es arrebatado de en
medio de la iniquidad; semejante a un cordero no ha abierto su boca; ha muerto
rodeado de angustia; más su memoria se conserva en paz"
LA ESPERA DE
LA RESURRECCIÓN. — De este modo conversan estos hombres fieles, mientras que
las santas mujeres, víctimas de su dolor, piensan en los cuidados de los
funerales. La santidad, la bondad, el poder, los dolores y la muerte de Jesús
están presentes en su pensamiento; mas no se acuerdan de su Resurrección que
anunció y que sin duda no tardará en suceder. Solamente María vive con esta
espera cierta. El Espíritu Santo, dice hablando de la mujer fuerte:
"Durante la noche su lámpara no se extingue"; este pensamiento se
cumple hoy de modo especial en la. Madre de Jesús. Su corazón no sucumbe,
porque sabe que la tumba ha de devolver a. la vida a su Hijo, La fe en la
Resurrección del: Salvador, esta fe sin la cual, como dice el Apóstol:
"Nuestra religión será vana", está, por decirlo así, concentrada en
el aliña de María. La Madre de la Sabiduría conserva este depósito precioso; y
del mismo modo que ella llevó en su seno a aquel que no pueden contener el
cielo y la tierra, así en este día, a causa de su firme creencia en las
palabras de su Hijo, está concentrada en sí misma toda la Iglesia. ¡Sublime
jornada la del Sábado Santo que, en medio de todas sus tristezas, viene a
enaltecer todavía a la Madre de Dios! La Santa Iglesia guardará siempre su
recuerdo; y por esto, queriendo consagrar a su Reina un día especial en cada
semana, le ha dedicado el Sábado.
Ha llegado
la hora de dirigirse a la casa de Dios. Las campanas no se oyen todavía; pero
los misterios de la Liturgia que se van a desarrollar en esta mañana no llaman
menos a los fieles a concurrir a las más tiernas emociones. Conservemos el
recuerdo de los que acabamos de sentir en el sepulcro así como a los pies de la
Madre de los dolores y dispongamos nuestras almas a las alegrías que la fe nos
ha de preparar.
EL OFICIO DE
ESTE DIA
RITOS DEL
OFICIO. — Desde la antigüedad, tanto el día de hoy, como el de Viernes Santo se
pasó sin la ofrenda del divino Sacrificio. Ayer la Iglesia no lo celebraba
porque el aniversario de la muerte de Cristo parecía cubrir con sus negras
sombras el día entero. La misma razón la conduce a privarse también hoy de la
celebración del Sacrificio. La sepultura de Cristo es la continuación de su
Pasión; y mientras su cuerpo reposa inanimado en la tumba, no conviene renovar
el divino misterio en que aparece glorioso y resucitado. La misma Iglesia
griega que durante el curso de la Cuaresma, tiene a gala no ayunar el Sábado,
imita a la Iglesia Latina reservando para este día más austeras disciplinas.
Este día es, en efecto, un día de profundo duelo, durante el cual la Iglesia se
detiene junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, hasta el
momento en que, habiendo celebrado la Vigilia solemne, nocturna espera de la
Resurrección, recibirá la alegría pascual cuya plenitud desbordará durante los
días siguientes.
Pero la
Esposa de Cristo no puede menos de permanecer hoy sentada junto a la tumba en
que reposa su Señor y sólo romperá el silencio por el canto o por la recitación
de las diversas horas del Oficio, como en los dos días anteriores, Antes de
salir el sol comienza por el canto de las Tinieblas; Prima, Tercia, Sexta y
Nona, se sucederán luego para recordarla lo que Jesús sufrió la víspera a estas
mismas horas.
Ya no padece
más, descansa y la Iglesia lo sabe; descansa como vencedor cuyo triunfo está
cercano. Por eso en el Oficio, después de haber cantado: "Cristo se hizo
obediente hasta la muerte y muerte de Cruz", añade en seguida: "y así
Dios le ha exaltado y le ha dado un nombre sobre todo nombre". Y concluye
con la oración: "Suplicárnoste, oh Dios todopoderoso, que los que nos
preparamos con devota espectación a la resurrección de tu Hijo, alcancemos la
gloria de su misma resurrección. Por el mismo Jesucristo."
Las Vísperas
terminan este día. Más la Iglesia suprime las Completas. No nos impone la celebración
de este Oficio, que normalmente precede al reposo, puesto que nos convida a
todos a estar en vela en esta noche hasta el dichoso instante en que proclamará
llena de alegría la Resurrección del Señor.
PARA LA
TARDE. — Útil nos será meditar algunos instantes todavía sobre el misterio de
los tres días, durante los cuales el alma del Redentor permaneció separada de
su cuerpo. Esta mañana visitamos el sepulcro y adoramos el sagrado cuerpo, que
Magdalena y sus compañeros se preparan para rendirle mañana muy temprano nuevos
honores. En este momento conviene ofrecer nuestros homenajes al alma santa de
Jesús. No está en el sepulcro; busquémosla en los lugares en que habita
esperando que venga a reanimar los miembros de los que la muerte le ha separado
por un tiempo.
EL INFIERNO.
— Hay cuatro vastas regiones donde ningún viviente entrará jamás; la revelación
divina solamente nos ha enseñado su existencia. La primera es el infierno de
los condenados, lugar espantoso, donde Satanás y sus ángeles están destinados,
con los réprobos de la raza humana, a las llamas vengadoras de la eternidad. Es
la corte del príncipe de las tinieblas, donde no cesa de formar contra Dios y
su obra, planes perversos y continuamente frustrados.
EL LIMBO DE
LOS NIÑOS. — El segundo es el Limbo donde están detenidas las almas de los
niños que salieron de este mundo antes de ser bautizados. Según la doctrina más
autorizada de la Iglesia, los huéspedes de esta mansión no sufren ningún daño y
aunque no están llamados a ver la Esencia divina, son capaces de una felicidad
natural y proporcionada a sus deseos.
EL
PURGATORIO. — La tercera región es el lugar de las expiaciones donde las almas
salidas de este mundo con el don de la gracia acaban de purificar sus manchas
para ser admitidas y recompensadas eternamente.
EL LIMBO DE
LOS JUSTOS. — Por fin el limbo en cuyas sombras está detenida la muchedumbre
entera de los santos que murieron desde el justo Abel hasta el momento en el
que Cristo expiró en la Cruz. Allí están nuestros primeros padres, Noé,
Abrahán, Moisés, David, los profetas antiguos; Job y los demás justos de la
gentilidad; los santos personajes cuya vida está próxima a la de Cristo,
Joaquín, padre de María y Ana su madre; José, Esposo de la Virgen y padre
putativo de Jesús; Juan, su precursor con sus padres Zacarías e Isabel. Hasta
que la puerta del cielo no sea abierta por la sangre redentora, ningún justo
puede subir hasta Dios. Al salir de este mundo las almas más santas tienen que
bajar al limbo. Mil pasos del Antiguo Testamento señalan los "infiernos"
como la morada de los justos que han servido y honrado a Dios; solamente en el
Nuevo se habla del Reino de los cielos. Esta permanencia temporal no lleva
consigo otros castigos más que la detención y cautividad. Las almas que moran
allí están en gracia, aseguradas, con una felicidad eterna; soportan con
resignación este destierro, fruto del pecado, pero ven con alegría siempre
creciente acercarse el momento de su liberación.
JESÚS EN LOS
INFIERNOS. — Habiendo aceptado el Hijo de Dios todas las condiciones de la
humanidad, no debía triunfar sino por su Resurrección y no debía abrir las
puertas del cielo más que por su Ascensión; su alma separada del cuerpo, tenía
que bajar a los "Infiernos" y compartir un momento la mansión de los
justos desterrados. "El Hijo del hombre, había dicho, estará tres días en
el corazón de la tierra" '. Pero en tanto su entrada en estos lugares
debía ser saludada por las aclamaciones del pueblo santo, en cuanto debía
desplegar su majestad y mostrar el poder y la gloria del Emmanuel. En cuanto
Jesús dio su último suspiro en la Cruz, el limbo de los justos se vio de pronto
iluminado de resplandores celestiales. El alma del Redentor unida a la
divinidad del Verbo, bajó en un instante a estas sombras y de un lugar de
destierro hizo un paraíso, es la promesa que al morir hizo Jesús al ladrón
arrepentido: "Hoy estarás conmigo en el paraíso."
LA FELICIDAD
DE LOS JUSTOS. — ¿Quién podrá describir la felicidad de los justos en este
momento por tanto tiempo deseado? ¿Quién, su admiración y amor al contemplar
esta alma divina que viene a la vez a compartir y levantar su destierro? ¡Qué
miradas bondadosas dirige el alma de Jesús sobre este inmenso ejército de
elegidos que ha reunido en tantos siglos sobre esta parte de su Iglesia que
adquirió con su sangre y a quien los méritos de esta sangre fueron aplicados
por la misericordia del Padre antes de que fuese derramada! Nosotros que
tenemos la esperanza de subir, cuando abandonemos este mundo, hasta Aquel que
ha ido a prepararnos un lugar en los cielos 1, unámonos a las alegrías de
nuestros padres y adoremos el amor del Emmanuel que se dignó permanecer tres
días en estas mansiones subterráneas, para no dejar nada en los destinos de la
humanidad, aun pasajeros que no haya aceptado y santificado.
JESÚS VENCEDOR
DE SATANÁS. — Pero en esta visita a los infiernos el Hijo de Dios viene también
a manifestar su poder. Sin bajar sustancialmente a las mazmorras de Satanás, le
ha hecho sentir su presencia; es necesario que el príncipe soberbio de este
mundo doble la rodilla y se humille. En este Jesús, a quien ha crucificado por
medio de los judíos reconoce ahora al propio Hijo de Dios. El hombre está
libertado, destruida la muerte, borrado el pecado, las almas de los justos ya
no bajarán al seno de Abrahán; subirán al cielo con los ángeles para reinar con
Cristo, su Jefe divino. El reino de la idolatría va a sucumbir; los altares
sobre los cuales Satanás recibía el incienso de la tierra han sido arrasados.
La casa del fuerte armado ha sido forzada por su adversario divino; le han sido
arrebatados sus despojos ha sido arrancada a la serpiente la cédula de nuestra
condenación; y la Cruz que, con tanta alegría había visto levantar para el
Justo, ha sido para él, según enérgica expresión de San Antonio, como anzuelo mortífero
presentado bajo el cebo al monstruo marino que muere despedazándose después de
haberlo tragado.
El alma de
Jesús hace sentir también su presencia entre los justos que suspiran en los
fuegos de la expiación. Su misericordia aligera sus sufrimientos, y abrevia el
tiempo de su prueba. Muchos de ellos ven acabar sus penas en estos tres días y
se unen a la muchedumbre de los santos para rodear con sus votos y su amor a
Aquel que abre las puertas del cielo. No es contrario a la fe cristiana pensar,
con algunos teólogos, que la estancia del Hombre-Dios en la región vecina del
limbo de los niños les llevó también consuelo; conocieron entonces que un día
volverán a tomar sus cuerpos y verán abrirse una morada menos sombría y más
alegre que aquella en la que la divina justicia les tiene cautivos hasta el día
del gran juicio.
ORACIÓN
¡Oh
alma del Redentor!; te saludamos y adoramos durante estas horas que te dignaste
pasar con nuestros padres. Glorificamos tu bondad, admiramos tu ternura con tus
elegidos. Te damos gracias por haber humillado a nuestro temible enemigo;
dígnate abatirle siempre a nuestros pies, pero: ¡Oh Emmanuel! largo tiempo has
estado en el sepulcro y ya es hora de unir tu alma a tu cuerpo; el cielo y la
tierra esperan tu Resurrección, y, tu Iglesia, ya está impaciente por volver a
ver a su Esposo. ¡Sal del sepulcro, autor de la vida, triunfa de la muerte y
reina para siempre!
LA VIGILIA
PASCUAL
Desde los
primeros siglos vigilaban los fieles en la iglesia toda la noche del sábado al
domingo, en recuerdo y en honra del momento en que Cristo, triunfante de la
muerte, salió del sepulcro. Pero, entre todas las vigilias sagradas del año,
ninguna era frecuentada con tanta asistencia y entusiasmo como ésta: los fieles
que celebraban el tránsito de Cristo de la muerte a la vida gloriosa, tomaban
parte al mismo tiempo, como testigos, en la administración solemne del bautismo
a los catecúmenos: función en la que se manifestaba el paso de la muerte
espiritual a la vida de la gracia.
La Iglesia
de Oriente ha conservado hasta nuestros días la antigua tradición de esta gran
Vigilia. En Occidente, desde la alta Edad Media, el deseo de aligerar la
austeridad del ayuno que duraba desde la tarde del viernes santo hasta la
Vigilia pascual, contribuyó a que se anticipase poco a poco la hora de la misa
nocturna de la Resurrección, primero a después del mediodía, después a mediodía
hacia el siglo XII, y en fin, hasta a la misma mañana del sábado santo.
Finalmente, Durando de Mende, que compuso su Racional de los divinos Oficios,
hacia el fin del siglo XIII, atestigua que en su tiempo apenas algunas iglesias
conservaban todavía la costumbre primitiva.
Esta
modificación introdujo una especie de contradicción entre el misterio de este
día y el Oficio divino que en él se celebra. Cristo permanecía aún en la tumba,
y ya se celebraba su Resurrección. De ahí que los ritos venerables de esta
Vigilia, tan a propósito para hacer al alma entrar a participar de los
misterios de Pascua, habían perdido mucho de su sentido.
Además, en
nuestros días, esta ceremonia matutina se desarrollaba durante las horas de
trabajo y hacía difícil la asistencia para la mayor parte del pueblo cristiano.
Accediendo a las instantes peticiones de pastores y fieles, el Su Santidad el
Papa Pío XII decretó en 1951 la restitución de la Vigilia a su hora normal y la
restauración de sus ritos, invitando al pueblo cristiano a volver de este modo
a las tradiciones de la antigua piedad de nuestros padres. Vamos, pues, a
trazar primero, el plan de la augusta función que se va a ejecutar; luego
expondremos todas sus partes.
La
administración del bautismo a los catecúmenos, es el gran objeto de esta larga
ceremonia; es el punto central al que todo se dirige. Los fieles deben, por
tanto, tenerlo presente de continuo, si quieren seguir con inteligencia y
provecho este drama tan sagrado como imponente. Bendícese, en primer lugar, el
fuego nuevo; viene a continuación la inauguración del cirio pascual. A ésta
siguen las lecciones proféticas que forman un todo con lo que precede y lo que
sigue. Terminadas éstas, bendícese el agua. Preparada la materia del bautismo,
los catecúmenos reciben el sacramento dé la regeneración. Inmediatamente el
Obispo les confería la Confirmación. Luego los fieles que han sido testigos del
nuevo nacimiento de los neófitos, son invitados asimismo a renovar las promesas
contraídas en su propio bautismo. Finalmente, comienza el Santo Sacrificio en
honor de la Resurrección del Señor y los neófitos son admitidos por primera vez
a participar de los sagrados misterios.
LA ESTACIÓN.
— En Roma, la Estación se celebra en San Juan de Letrán, la iglesia madre; el
sacramento de la regeneración se administra en el Baptisterio de Constantino.
Aún flotan sobre estos antiguos santuarios, los grandes recuerdos del siglo iv;
cada año va a celebrarse allí el Bautismo de los adultos, y numerosa ordenación
viene a unirse a los esplendores de este día.
I. LA
BENDICION DEL FUEGO NUEVO
EL ÚLTIMO
ESCRUTINIO. — El último Miércoles fueron citados todos los catecúmenos para
este día a la hora de tercia (nueve de la mañana). Va a tener lugar el último
escrutinio. Presiden los sacerdotes; y se va preguntando el símbolo a aquellos
que todavía no le han aprendido. Una vez repetida la Oración Dominical y los
atributos bíblicos de los cuatro Evangelistas, uno de los sacerdotes despide a
los aspirantes al Bautismo después de haberles recomendado mantenerse en el
recogimiento y la oración.
EL FUEGO
NUEVO. — Hacia la hora de Nona (tres de la tarde), el obispo se dirige con todo
su clero a la iglesia. En este momento comienza la Vigilia del Sábado Santo. El
primer rito; que hay que cumplir es la bendición del fuego nuevo, cuya luz debe
alumbrar la ceremonia durante toda la noche. En los primeros siglos existía la
costumbre de sacar cada día, el fuego de un pedernal para encender con él las
lámparas y velas durante este oficio; y esta luz ardía en la iglesia hasta las
Vísperas del día siguiente. La iglesia de Roma practicaba esta costumbre con
mucha más solemnidad el Jueves Santo por la mañana; y en este día el fuego
nuevo recibía bendición especial. Según un dato encontrado en carta que el Papa
Zacarías dirigió al Arzobispo de Maguncia, San Bonifacio (s. viii), se deduce
que con ese fuego encendían tres lámparas que se guardaban luego en lugar secreto,
cuidando entre tanto de ellas con sumo esmero. De estas lámparas se tomaba
después la luz para la noche del Sábado Santo. Más tarde, en el pontificado del
Su Santidad el Papa San León IV, en 847, la Iglesia de Roma acabó por extender
al Sábado Santo las costumbres de sacar el fuego de dos pedernales como en los
demás días del año.
CRISTO:
PIEDRA Y LUZ. — El sentido de este uso simbólico, que en la Iglesia latina no
se practica más que en este día, es fácil de comprender. Cristo ha dicho:
"Yo soy la luz del mundo" '; la luz material es, pues, la figura del
Hijo de Dios; la piedra es también una de las figuras bajo la cual el Salvador
del mundo aparece en las SS. EE. "Cristo es la Piedra angular nos dicen de
común acuerdo San Pedro y San Pablo que no hacen más que aplicarle las palabras
de la profecía de Isaías. Mas en este acto, la chispa viva que sale de la
piedra, representa un símbolo más completo todavía. Simboliza a Jesucristo
lanzándose fuera del sepulcro tallado en la roca, a través de la piedra que
cierra su entrada. Ahora bien, el sepulcro de Cristo se halla situado fuera de
las puertas de Jerusalén; las piadosas mujeres y los Apóstoles deberán salir de
la ciudad para llegar hasta él y constatar la Resurrección. Por eso el Obispo y
su cortejo acaban de salir de la iglesia para dirigirse al atrio donde flamea
en la noche el brasero del fuego nuevo. El Pontífice lo bendice con la oración
siguiente:
V/. El Señor
sea con vosotros...
R./ Y con tu
espíritu.
OREMOS
Oh Dios,
que, por medio de tu Hijo, que es la piedra angular, diste a tus fieles el
fuego de tu claridad: santitfica este nuevo fuego, producido de la piedra, y
que ha de servir para nuestros usos: y haz qué, por medio de estas fiestas
pascuales, nos inflamemos de tal modo en celestiales deseos, que podamos llegar
con almas puras a las fiestas de la perpetua claridad. Por el mismo Cristo,
Nuestro Señor. R/. Amén.
Luego
asperja el fuego con el agua bendita, y habiendo puesto incienso sobre las
brasas tomadas del brasero, inciensa el fuego.
Es por tanto
justo que este fuego misterioso, destinado a suministrar la luz al cirio
pascual y más tarde al altar mismo," reciba una bendición especial, y sea
acogido por el pueblo cristiano con muestras de júbilo.
II. LA BENDICION
DEL CIRIO PASCUAL
Preséntase
entonces delante del Obispo el cirio que la santa Iglesia tiene preparado para
que luzca con esplendor durante la larga Vigilia que ya comienza; un cirio
superior en peso y en grosor a todos los otros que se usan en las demás
fiestas. Este cirio es único; tiene forma de columna y está llamado a
representar a Cristo. Antes de ser encendido, su figura está representada en la
columna de nube que cubrió la marcha de los Hebreos a su salida de Egipto; bajo
esta primera forma es figura de Cristo en la tumba, inanimado, sin vida.
Después de encendido, veremos en él a la columna de fuego que alumbra los pasos
de su pueblo elegido; y asimismo figura de Cristo, toda brillante por los
esplendores de su Resurrección.
El Obispo
traza entonces con un punzón una cruz entre los agujeros extremos destinados a
recibir los granos de incienso. En la parte de arriba de esta cruz traza en
seguida la letra griega Alfa, y en la parte de abajo la letra Omega y en los
ángulos de la cruz traza cuatro números que son el milenio del año en curso. Al
mismo tiempo pronuncia las palabras siguientes:
1
Jesucristo, ayer y hoy
2 Es el
principio y el fin
3 El Alfa
4 y la Omega
5 Suyos son
los tiempos
6 y los
siglos
7 A Él sea
dada la gloria y el imperio
8 Por todos
los siglos. Amén.
Grabados
estos signos, el Obispo toma cinco granos de incienso, los asperja e inciensa
tres veces, y luego los clava en los agujeros de la cruz: uno arriba, otro en
el centro, otro a los pies y uno en cada brazo, diciendo:
1 Por sus
sagradas
2 y
gloriosas llagas
3 nos
proteja
4 y nos
guarde
5 Cristo,
Señor nuestro. Amén.
El número de
estos granos de incienso, clavados de ese modo en la masa del Cirio, representa
las cinco llagas de Cristo en la cruz, al mismo tiempo que su empleo significa
el de los perfumes que Magdalena y sus compañeras habían preparado mientras
Cristo reposaba en el sepulcro.
Entonces el
diácono enciende en el fuego nuevo una velita o pábilo en el fuego nuevo, lo
ofrece al Obispo y éste enciende el cirio pascual diciendo:
La luz de
Cristo que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y de la mente.
A
continuación bendice el cirio recitando la oración siguiente:
OREMOS
Suplicámoste,
oh Dios omnipotente, venga sobre este incienso una larga infusión de tu
bendición: y enciende, oh invisible Regenerador, este resplandor nocturno; para
que, no sólo refluya con la arcana mezcla de tu luz el sacrificio que ha de
celebrarse esta noche, sino que, en cualquier lugar a donde fuere llevado algo
del misterio de esta santificación, expulsada la maldad de las astucia
diabólica, reine la virtud de tu claridad. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén.
Durante este
tiempo en la iglesia todas las lámparas han sido apagadas; antiguamente los
fieles, antes de ir a la iglesia, apagaban el fuego de sus casas; y no se
volvía a encender en toda la ciudad más que por la comunicación del fuego que
había sido bendito y que era entregado después a los fieles como un don de la
Resurrección divina. No olvidemos de hacer resaltar aquí un nuevo símbolo más
expresivo que los otros. La extinción de toda luz en este momento figura la
abrogación de la ley antigua, que terminó una vez que el velo del templo se hubo
rasgado; y la aparición del fuego nuevo representa la publicación
misericordiosa de la ley nueva que, Jesucristo, Luz del mundo, viene a traer,
disipando todas las sombras de la primera alianza.
III. LA
PROCESION SOLEMNE Y EL PREGON PASCUAL
El diácono
se reviste ahora de la estola y dalmática blancas, toma el cirio pascual
bendecido y penetra en la iglesia a oscuras, a la cabeza del cortejo. Después
de haber dado algunos pasos, la procesión se detiene, todos se vuelven hacia el
cirio que el diácono eleva en alto, diciendo:
"Luz de
Cristo".
Todos a una
voz le responden:
"Demos
gracias a Dios."
Esta primera
ostensión de la luz proclama la divinidad del Padre que se nos ha manifestado
por Jesucristo: "Nadie conoce al Padre, nos dice, sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo ha tenido a bien revelárselo" '. Todos se levantan y el
Obispo que ha bendecido el cirio pascual, enciende en él su propia vela, luego
la procesión prosigue por la iglesia. Hacia el medio de la iglesia de nuevo se
detiene la procesión y todos nuevamente se arrodillan mientras el diácono canta
en un tono más elevado que la primera vez:
"Luz de
Cristo".
Y todos le
responden: "Demos gracias a Dios". Esta segunda ostentación anuncia
la divinidad del Hijo que se ha aparecido a los hombres en la Encarnación y les
ha mostrado su igualdad de naturaleza con el Padre. El clero y los demás
ministros del altar encienden sus velas en el cirio pascual, y la procesión
avanza hasta que el diácono ha llegado cerca del altar. Por tercera vez levanta
el cirio y, mientras todos se arrodillan, vuelve a cantar:
"Luz de
Cristo".
Y la
respuesta es la misma: "Demos gracias a Dios."
Todos
entonces se levantan y reciben la luz del cirio pascual. Esta tercera
manifestación de la luz proclama la divinidad del Espíritu Santo que nos ha
sido manifestado por Jesucristo al dar a los apóstoles el mandato solemne que
la Iglesia va a cumplir en esta noche: "Enseñad a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" '.
Por medio del Hijo, que es "La luz del mundo", los hombres han
conocido a la Santísima Trinidad cuya confesión va a pedir el pontífice a los
catecúmenos antes de bautizarlos, mientras el cirio de tres brazos debe
recordar durante toda la noche este misterio al pueblo presente.
Tal es el
primer uso del fuego nuevo; anunciar los esplendores de la Santísima Trinidad.
Ahora va a servir para la gloria del Verbo Encarnado, completando el magnífico
símbolo que debe atraer nuestras miradas. El Pontífice subido a su trono y
dejada la caña por el diácono, va éste a ponerse de rodillas ante el Pontífice
pidiendo su bendición para la solemne ceremonia.
El Pontífice
les dirige estas palabras: "El Señor esté en tus labios y en tu corazón
para que ensalces dignamente la Pascua."
Colocado el
cirio pascual sobre un candelero en medio del presbiterio, el diácono inciensa
el libro puesto sobre el atril, rodea al cirio incensándolo por todas partes,
vuelve al atril y, teniendo todos en sus manos las velas encendidas, entona el
"Exsultet".
El anuncio
de la Pascua resuena en medio de los elogios que el diácono prodiga a este
cirio glorioso; y celebrando a la divina antorcha, cuyo emblema es él mismo,
cumple su cargo de heraldo de la Resurrección del Hombre-Dios. Solamente él
revestido de blanco, mientras el Pontífice mismo lleva todavía los colores
propios de la Cuaresma, hace oír su voz en la bendición del cirio con una
libertad que de ordinario no le es concedida al diácono delante del sacerdote y
menos delante de obispo. Los intérpretes de la Liturgia nos enseñan que el
diácono representa aquí a Magdalena y a las otras santas mujeres, a quienes
cupo el honor de ser iniciadas las primeras por el mismo Cristo, en el misterio
de su Resurrección y fueron por Él encargadas de anunciar a los Apóstoles, que
habla ya salido de la tumba y que les precedería a Galilea'.
Mas ya es
hora de escuchar los acentos melodiosos de este canto sagrado, que conmueve
nuestros corazones y nos da al mismo tiempo una anticipación de las alegrías
que nos reserva esta noche maravillosa. El diácono comienza por este exordio
lírico:
Alborócese
la multitud ingente de los ángeles en el cielo, alborócense, sí, los ministros
de Dios, resuene la trompeta de la salvación por la victoria del Rey tan
excelso. Salte de gozo también la tierra, radiante de tanta luz, y, alumbrada
con el esplendor del Rey eterno, advierta desvanecida la oscuridad en toda su
redondez. Alégrese igualmente nuestra madre la Iglesia, adornada con tantos
rayos de luz, y resuene este ámbito con las aclamaciones de los fieles. Y
vosotros, hermanos carísimos, los que presenciáis la admirable claridad de esta
luz santa, implorad, os ruego, juntamente conmigo la misericordia de Dios
todopoderoso. El, que sin ningún mérito mío se ha dignado agregarme al número
de los diáconos, me infunda la claridad de su luz, y así él mismo será quien
haga la loa en honor de este cirio. Por Jesucristo, Señor nuestro e Hijo suyo,
que, como Dios, vive y reina con él en unidad con el Espíritu Santo.
V/. Por
todos los siglos.
R/. Amén.
V/. El Señor
sea con vosotros.
R/. Y con tu
espíritu.
V/. Arriba
los corazones.
R/. Los
tenemos ya en el Señor.
V/. Demos
gracias al Señor, Dios nuestro.
R/. Eso es
cosa digna y justa.
Verdaderamente
es cosa digna y justa, cantar con todos los afectos del corazón y del alma, y
con la misma palabra, A Dios invisible, Padre omnipotente, y a su unigénito
Hijo, nuestro Señor Jesucristo; el cual pagó por nosotros al Padre eterno la
deuda de Adán y borró la escritura del antiguo pecado con su sangre inocente.
Esta es la fiesta de Pascua, en la que es inmolado el verdadero Cordero, cuya
sangre hace sagradas las casas de los fieles. Esta es la noche en que por vez
primera hiciste pasar a pie enjuto el mar Rojo a nuestros padres, los hijos de
Israel, liberados de Egipto. Esta es la noche que disipó las tinieblas del
pecado con el resplandor de una columna. Esta es la noche que, separando de los
vicios del siglo y de las tinieblas de los pecados a los que por todo el mundo
creen en Jesucristo, los restituye hoy a la gracia y los asocia a los santos.
Esta es la noche en que, rotos los lazos de la muerte, se levanta Jesucristo
triunfante del sepulcro. De nada nos serviría el haber nacido si no nos valiese
ser redimidos. ¡Oh dignación admirable de tu misericordia con nosotros! ¡Oh
amor inapreciable el de tu caridad: redimir al esclavo entregando a tu Hijo!
¡Oh! Ciertamente fue necesario el pecado de Adán para que lo destruyese Cristo
con su muerte. ¡Oh culpa dichosa, la que fue ocasión de tener tal y tan grande
Redentor! ¿Oh noche verdaderamente afortunada, que sola mereció saber el tiempo
y la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos! Esta es la noche de la
que estaba escrito: "La noche alumbrará como el día: la noche será mi luz
para mis delicias". La santidad, pues, de esta noche hace huir del pecado,
purifica de las culpas, devuelve la inocencia a los caídos y la alegría a los
tristes; apaga los odios, dispone a la concordia, y doma los imperios. ¡Oh
Padre santo! En atención a esta noche acepta el sacrificio vespertino de la
llama encendida, que, con la solemne oblación del cirio elaborado por las
abejas, te ofrece tu Iglesia santa. Mas ya conocemos las excelencias de esta
columna, encendida en honra de Dios con el fuego rutilante, el cual, aunque se
divida en partes comunicando su luz, no sufre mengua, porque se alimenta con la
cera derretida que la madre abeja elaboró para sustento de esta preciosa
antorcha. ¡Oh noche verdaderamente afortunada, que despojó a los egipcios y
enriqueció a los hebreos! Noche en que se abrazan los cielos y la tierra, Dios
y los hombres.
Rogámoste,
pues, Señor, que este cirio, bendecido en honor de tu nombre para disipar las
tinieblas de esta noche, dure sin apagarse, y, aceptado en olor de suavidad,
mezcle su luz con las luminarias de arriba. Vea sus llamas el lucero del alba,
aquel lucero, digo, que no tiene ocaso; aquel, que, regresando de entre los
muertos, amaneció brillante al género humano. También te suplicamos, Señor, que
a nosotros tus siervos, a todo el clero y a tu devotísimo pueblo, en unión con
nuestro santísimo Padre el Papa N., y nuestro Prelado N., nos concedas tiempos
de paz y te dignes en estos regocijos pascuales regirnos, gobernarnos y
guardarnos con tu asidua protección. Mira, además, a los que nos gobiernan
desde el poder y, con el don inefable de tu bondad y misericordia, dirige sus
intentos a la justicia y la paz, para que, tras las fatigas terrenas, lleguen a
la patria celeste con todo tu pueblo. Por el mismo Jesucristo, Señor nuestro e
Hijo tuyo, que, como Dios, vive y reina contigo en unidad con el Espíritu Santo
por todos los siglos de los siglos.
Amén.
Habiendo
terminado el diácono esta oración, se quita la dalmática blanca, y una vez que
se: ha vuelto a revestir de la de color violeta, vuelve al lugar donde está el
Pontífice. Entonces comienzan las Profecías sacadas de los libros del Antiguo
Testamento.
IV. LAS
LECCIONES O PROFECIAS
Después de
tan solemne preludio, mientras la antorcha de la resurrección iluminando toda
la iglesia, alegra santamente el corazón de los fieles, comienza la cuarta
parte de la Vigilia pascual. Para completar el curso de la instrucción cuyo
desarrollo hemos seguido durante toda la Cuaresma, lóense aquí algunos pasajes
de la Sagrada Escritura, especialmente adaptados a esta solemne circunstancia.
Como en las
demás Vigilias antiguas de la Iglesia Romana, las Lecciones de esta noche eran
en número de doce. En tiempo de la dominación bizantina se las leía incluso
entonces en griego en favor de los oyentes que ignoraban el latín. Su número se
redujo luego a seis, número que todavía se conserva actualmente en uso para el
sábado de las Cuatro Témporas, e incluso también a cuatro, como se ve en el
Sacramentarlo Gregoriano y en el primer Ordo romano. Esta costumbre de no hacer
más que cuatro Lecciones se conservó en ciertas iglesias, mientras en otras,
entre ellas la de Roma, habían vuelto antes del fin del siglo XII, al número de
doce.
Durante el
curso de esta Vigilia los sacerdotes cumplían con los catecúmenos los ritos
preparatorios para el Bautismo.
En este
momento estaban reunidos en el pórtico exterior de la iglesia, mientras los
sacerdotes cumplían con ellos los ritos preparatorios al Bautismo, llenos todos
ellos de un sentido tan profundo. En primer lugar trazaban sobre la frente de
cada uno el signo de la cruz; después, imponiéndoles las manos sobre su cabeza,
conminaban a Satanás a salir de esta alma y cuerpo y a ceder el lugar a Cristo.
Al ejemplo del Salvador tocaban con su saliva los oídos y narices de los
neófitos, diciendo a los oídos: "Abrios"; y a las narices:
"Respirad la dulzura de los perfumes"; el neófito recibía en seguida
la unción con el Óleo de los Catecúmenos sobre el pecho y sobre las espaldas;
más antes de esta ceremonia que le hacía como un atleta de Dios, el sacerdote
le mandaba renunciar a Satanás, a sus pompas y a sus obras.
Estos ritos
se hacían en primer lugar sobre los hombres; luego sobre las mujeres: sus
hijos, aunque fuesen de menor edad, eran admitidos también a esta ceremonia,
según el sexo de cada uno, y, si entre los catecúmenos había algunos que
estuviesen enfermos, y con todo querían ser llevados a la iglesia, para recibir
en esta noche la gracia de la regeneración, los sacerdotes pronunciaban sobre
ellos una oración en la que se pedía a Dios que se dignase socorrerles y
confundir la malicia de Satanás.
Este
conjunto de ritos, que se denominaba la Catequización, exigía mucho tiempo por
razón del gran número de aspirantes al Bautismo. Por esta razón el Obispo se
dirigía a la iglesia hacia la hora de Nona y comenzaba tan pronto la Vigilia.
Con el fin de tener atenta a la asamblea, durante el tiempo necesario al
cumplimiento de este rito, se leían mientras tanto, desde lo alto del ambón,
los trozos de la Escritura más adaptados a estas solemnes circunstancias. Este
conjunto de lecciones completaba el curso de instrucción cuyo desarrollo hemos
ido siguiendo durante toda la Cuaresma.
Los
catecúmenos son hoy día menos numerosos que antes, y además con la vuelta de la
ceremonia a las horas nocturnas, estos ritos preparatorios han podido hacerse
por la tarde; por lo mismo, para aligerar esta parte de la Vigilia, no se leen
actualmente más de cuatro lecciones. Estas se cantan delante del cirio pascual bendecido
en medio del presbiterio, mientras todos sentados escuchan.
Después de
cada lección, el diácono, instructor de la asamblea litúrgica, invita a hacer
de rodillas, en silencio, una oración en la que cada uno manifiesta a Dios los
sentimientos que la lectura santa ha producido en cada uno. Luego la ordena
levantarse y el Obispo recoge, "colecta" la oración de cada uno en la
oración-colecta, en la que la santa Iglesia misma es la que se expresa.
Cánticos tomados del Antiguo Testamento e inspirados por las mismas lecturas,
aúnan todas las voces en el modo de los Tractos y a la vez que le instruyen
ayudan a mantener más atento al auditorio. Con todo eso, la asamblea de esta
función ofrece un aspecto de austera gravedad: la hora anhelada no ha sonado todavía,
en que Cristo va a resucitar en sus neófitos.
PRIMER
PROFECÍA - Gen. 1,1-31; 2, 1-2
Al principio
creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del
abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.
Y dijo Dios: –«Que exista la luz.» Y la luz existió. Y vio Dios que la luz era
buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla; llamó Dios a la luz «Día»; a la
tiniebla, «Noche».
Pasó una
tarde, pasó una mañana: el día primero. Y dijo Dios: –«Que exista una bóveda
entre las aguas, que separe aguas de aguas. » E hizo Dios una bóveda y separó
las aguas de debajo de la bóveda de las aguas de encima de la bóveda. Y así
fue. Y llamó Dios a la bóveda «Cielo». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día
segundo. Y dijo Dios: –«Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo
sitio, y que aparezcan los continentes.» Y así fue. Y llamó Dios a los
continentes «Tierra», y a la masa de las aguas la llamó «Mar». Y vio Dios que
era bueno. Y dijo Dios: –«Verdee la tierra hierba verde que engendre semilla, y
árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la
tierra. » Y así fue. La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según
su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie. Y
vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero. Y dijo
Dios: –«Que existan lumbreras en la bóveda del cielo, para separar el día de la
noche, para señalar las fiestas, los días y los años; y sirvan de lumbreras en
la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra. » Y así fue. E hizo Dios dos
lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para
regir la noche, y las estrellas. Y las puso Dios en la bóveda del cielo, para
dar luz sobre la tierra; para regir el día y la noche, para separar la luz de
la tiniebla. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día
cuarto. Y dijo Dios: –«Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros
vuelen sobre la tierra frente a la bóveda del cielo.» Y creó Dios los cetáceos
y los vivientes que se deslizan y que el agua hizo pulular según sus especies,
y las aves aladas según sus especies. Y vio Dios que era bueno. Y Dios los
bendijo, diciendo: –«Creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar; que las
aves se multipliquen en la tierra.» Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.
Y dijo Dios: –«Produzca la tierra vivientes según sus especies: animales
domésticos, reptiles y fieras según sus especies.» Y así fue. E hizo Dios las
fieras según sus especies, los animales domésticos según sus especies y los
reptiles según sus especies. Y vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: –«Hagamos
al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves
del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra.» Y creó Dios al
hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los
bendijo Dios y les dijo: –«Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla;
dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven
sobre la tierra.» Y dijo Dios: –«Mirad, os entrego todas las hierbas que
engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que
engendran semilla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a
todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todo ser que
respira, la hierba verde les servirá de alimento. » Y así fue. Y vio Dios todo
lo que había hecho; y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día
sexto. Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos. Y concluyó
Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó el día
séptimo de todo el trabajo que había hecho.
OREMOS
V/. Doblen
las rodillas.
R/.
Levantaos.
¡Oh Dios!,
que de un modo admirable creaste al hombre, y más admirablemente aun le
redimiste; te suplicamos que nos concedas resistir constantemente a los
atractivos del pecado, para que merezcamos llegar a los gozos eternos. Por
nuestro Señor.
SEGUNDA
PROFESÍA - Ex. 14,24-31; 15,1
En aquellos
días, Mientras velaban al amanecer, miró el Señor al campamento egipcio, desde
la columna de fuego y nube, y sembró el pánico en el campamento egipcio. Trabó
las ruedas de sus carros y las hizo avanzar pesadamente. Y dijo Egipto: -
«Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto.» Dijo el
Señor a Moisés: - «Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los
egipcios, sus carros y sus jinetes.» Y extendió Moisés su mano sobre el mar; y
al amanecer volvía el mar a su curso de siempre. Los egipcios, huyendo, iban a
su encuentro, y el Señor derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron
las aguas y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del Faraón,
que lo había seguido por el mar. Ni uno solo se salvó. Pero los hijos de Israel
caminaban por lo seco en medio del mar; las aguas les hacían de muralla a
derecha e izquierda. Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto.
Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Israel vio la mano
grande del Señor obrando contra los egipcios, y el pueblo temió al Señor, y
creyó en el Señor y en Moisés, su siervo. Entonces Moisés y los hijos de Israel
cantaron este canto al Señor:
CÁNTICO. —
Cantemos al Señor, porque ha hecho brillar su gloria; ha precipitado en el mar
a caballo y caballero. El Señor es mi fortaleza y mi protección para salvarme.
V/. Este es
mi Dios y yo le honrare; el Dios de mis padres, a quien ensalzare.
V/. El
Señor deshace las guerras; tiene por nombre el Señor.
OREMOS
V/. Doblen
las rodillas.
R/.
Levantaos.
ORACIÓN.
— ¡Oh Dios!, cuyas maravillas sentimos también brillar en nuestros siglos,
pues lo que en otro tiempo hiciste con el poder de tu diestra, liberando a un
solo pueblo de la persecución de los egipcios, eso lo obras aun hoy día,
salvando a las gentes por las aguas del bautismo; concede que el mundo entero
pase a la filiación de Abraham y a la israelitita dignidad. Por nuestro Señor
Jesucristo.
TERCERA
PROFECÍA - Is. 4,2-6
Aquel día el
Renuevo del SEÑOR será hermoso y lleno de gloria, y el fruto de la tierra será
el orgullo y adorno de los sobrevivientes de Israel. Y acontecerá que el que
sea dejado en Sion y el que quede en Jerusalén será llamado santo: todos los
que estén inscritos para vivir en Jerusalén. Cuando el Señor haya lavado la
inmundicia de las hijas de Sion y haya limpiado la sangre derramada de en medio
de Jerusalén con el espíritu del juicio y el espíritu abrasador, entonces el
SEÑOR creará sobre todo lugar del monte Sion y sobre sus asambleas, una nube
durante el día, o sea humo, y un resplandor de llamas de fuego por la noche;
porque sobre toda la gloria habrá un dosel; será un cobertizo para dar sombra
contra el calor del día, y refugio y protección contra la tormenta y la lluvia.
CÁNTICO. —
Adquirió mi amado una viña en un lugar fértil.
Y la cerco
de pares y de foso; y planto la viña de Soreq, y edifico una torre en medio de
ella.
Y cavo
un lagar en ella: la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel.
OREMOS
V/. Doblen
las rodillas.
R/.
Levantaos.
ORACIÓN.
— ¡Oh Dios!, que por boca de tus santos profetas manifestaste ser, en
todos los hijos de tu Iglesia, sembrador de la buena semilla en todo lugar de
dominación, y cultivador de los buenos sarmientos, concede a tus pueblos, a
quienes has dado el nombre de viña y de mies, que, arrancada la maleza de las
espinas y abrojos, sean fecundos en dignos frutos. Por nuestro Señor.
CUARTA
PROFECÍA – Deuteronomio 31. 22-30
En aquellos
días: escribió Moisés este cántico aquel mismo día, y lo enseñó a los hijos de
Israel. Entonces El nombró a Josué, hijo de Nun, y le dijo: Sé
fuerte y valiente, pues tú llevarás a los hijos de Israel a la tierra que les
he jurado, y yo estaré contigo.
Y sucedió
que cuando Moisés terminó de escribir las palabras de esta ley en un libro,
hasta su conclusión, Moisés ordenó a los levitas que llevaban el arca del pacto
del SEÑOR, diciendo: Tomad este libro de la ley y colocadlo junto al arca del
pacto del SEÑOR vuestro Dios, para que permanezca allí como testigo contra
vosotros. Porque conozco vuestra rebelión y vuestra obstinación; he aquí,
estando yo hoy todavía vivo con vosotros, habéis sido rebeldes contra el SEÑOR;
¿cuánto más lo seréis después de mi muerte? Reunid ante mí a todos los ancianos
de vuestras tribus y a vuestros oficiales, para que hable estas palabras a sus
oídos, y ponga a los cielos y a la tierra como testigos en su contra. Porque yo
sé que después de mi muerte os corromperéis y os apartaréis del camino que os
he mandado; y el mal vendrá sobre vosotros en los postreros días, pues haréis
lo que es malo a la vista del SEÑOR, provocándole a ira con la obra de vuestras
manos. Entonces habló Moisés a oídos de toda la asamblea de Israel
las palabras de este cántico hasta terminarlas.
CÁNTICO. —
Atiende, cielo, y hablare; y oiga la tierra las palabras de mi boca.
Espérese
como lluvia mi palabra, y descienda cual rocío lo que digo.
Como rocío,
sobre la hierba, y como nieve sobre el heno, porque invocaré el nombre del
Señor.
Ensalzar la
grandeza de nuestro Dios; perfectas son las obras de Dios; y rectos todos sus
juicios.
Dios es
fiel, y en el no hay iniquidad; justo y santo es el Señor.
OREMOS
V/. Doblen
las rodillas.
R/.
Levantaos.
ORACIÓN.
— ¡Oh Dios!, exaltación de los humildes y fortaleza de los justos, que
quisiste instruir a tu pueblo por medio de tu santo siervo Moisés, entonando tu
sagrado cántico, para que aquella repetición de tu ley sirviese también para
nuestro aleccionamiento; excita tu poder sobre toda la plenitud de las gentes y
danos alegría, mitigando el terror; para que, borrados con tu remisión todos
sus pecados, lo que se denunció para venganza sirva para su salvación. Por
nuestro Señor.
V. LA
PRIMERA PARTE DE LAS LETANIAS DE LOS SANTOS Y LA BENDICION DEL AGUA BAUTISMAL
Terminadas
las lecciones, dos cantores, arrodillados en medio del coro, entonan las
letanías de los Santos a las que todos, de rodillas, responden hasta llegar a
la invocación Propitius esto.
En este
momento se interrumpe el canto; un recipiente con el agua bautismal que se ha
de bendecir, y todo lo requerido para la bendición, está preparado en medio del
coro, al lado de la Epístola; entonces el Obispo, o celebrante, de pie cara al
pueblo, comienza la bendición en presencia de los fieles.
El Obispo
dice: El Señor sea con vosotros. Los fieles le responden: Y con tu espíritu.
OREMOS
Omnipotente
y sempiterno Dios, mira propicio la devoción de tu pueblo renaciente, que, como
un ciervo, se dirige a la fuente de tus aguas: y haz propicio que la sed de su
fe santifique, por el sacramento del Bautismo, su cuerpo y su alma Por el
Señor? Amén.
La bendición
del agua para el Bautismo es de institución apostólica'; y su antigüedad está
atestiguada por el testimonio de los más grandes doctores, tales como San
Cipriano, San Ambrosio, San Cirilo de Jerusalén y San Basilio. Es justo, en
efecto, que esta agua, destinada a ser el instrumento de las más grandes de las
maravillas divinas, esté rodeada de todo aquello que pueda ensalzarla a la faz
del cielo y de la tierra, glorificando al mismo tiempo a Dios que se ha dignado
asociarla a su designio misericordioso para con la humanidad. Los cristianos
han salido ya del agua; son, como decían nuestros padres de los primeros
siglos, los felices peces de Cristo; nada, pues, de extraño que salten de gozo
en presencia del elemento al que deben la vida, y que le rindan los honores que
se refieren de modo especial al Autor de este prodigio de la gracia. La oración
que el Pontífice va a usar para la bendición del agua, nos lleva a la cuna de
nuestra fe, por la nobleza y energía de su estilo, por la autoridad de su
lenguaje, y por los ritos antiguos y primitivos de que está acompañada. Está
hecha a imitación de un prefacio solemne y rodeada de un lirismo inspirado. El
Pontífice preludia por medio de una simple oración, después de la cual estalla
el entusiasmo de la iglesia, que a fin de asegurarse la atención de todos sus
hijos, les invita a responder advirtiéndoles cómo deben tener sus corazones en
alto: Sursum Corda.
Omnipotente
y sempiterno Dios, asiste a estos misterios de tu gran piedad, asiste a esos
sacramentos: y. para reengendrar los nuevos pueblos que te va a dar la fuente
bautismal, envía el Espíritu de adopción; a fin de que, lo que se va a realizar
por ministerio nuestro, se complete con la eficacia de tu poder. Por Nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo...
V/. Por
todos los siglos de los siglos.
R/. Amén.
V/. El Señor
sea con vosotros.
R/. Y con tu
espíritu.
V/. ¡Arriba
los corazones!
R/. Los
tenemos (elevados) al Señor.
V/. Demos
gracias al Señor, nuestro Dios.
R/. Es digno
y justo.
Verdaderamente,
es digno y justo, equitativo y saludable el que, siempre y en todo lugar, te
demos gracias a ti, Señor santo, Padre Omnipotente, eterno Dios. Que, con poder
invisible, obras maravillosamente el efecto de tus Sacramentos. Y, aunque
seamos indignos de realizar tan grandes Misterios, tú, sin embargo, no
abandonando los dones de tu gracia, inclinas también a nuestras preces los
oídos de tu piedad. Oh Dios, cuyo Espíritu era llevado sobre las aguas en los
orígenes mismos del mundo; para imprimir desde entonces en la naturaleza del
agua la virtud de santificar. Oh Dios, que, lavando con las aguas los crímenes
del mundo pecador, mostraste en el mismo diluvio un símbolo de la regeneración:
para que un mismo elemento fuese misteriosamente fin de los vicios y origen de
las virtudes. Mira, Señor, a tu Iglesia, y multiplica en ella tus
regeneraciones, tú que, con el torrente de tu gracia, alegras tu ciudad, y
abres la fuente del Bautismo a todo el orbe de las tierras, para renovar las
gentes; a fin de que, con el imperio de tu Majestad, reciba la gracia de tu
unigénito Hijo por el Espíritu Santo.
Aquí el
Pontífice se para un momento y metiendo sus manos en el agua las divide en forma
de cruz, mostrando con esto que por la virtud de la cruz han adquirido el poder
de regenerar a las almas. Hasta la muerte de Cristo en la cruz este poder
maravilloso, sólo les estaba prometido; para que fuera conferido se necesitaba
la efusión de la sangre divina. Esa sangre, que obra en las almas por medio del
agua con la virtud del Espíritu Santo que el Pontífice va a invocar más
adelante.
El cual
fecunde, con la secreta infusión de su luz, esta agua, preparada para regenerar
a los hombres: a fin de que, alcanzada la santificación, salga del seno
inmaculado de esta divina fuente una prole celestial, renacida a una nueva
creatura; y, a los que el sexo distingue en el cuerpo, o la edad distingue en
el tiempo, a todos les alumbre la madre gracia a una misma infancia. Marche,
pues, lejos de aquí, mandándolo tú, Señor, todo espíritu inmundo: aléjese toda
maldad de diabólica astucia. No haya en este lugar el menor asomo del poder
contrario: no vuele en torno, poniendo asechanzas: no se oculte agazapado: no
corrompa, inficionando.
Después de
estas palabras, por las cuales el Obispo pide a Dios que se digne alejar de
estas aguas la influencia de los malos espíritus, que tratan de infectar toda
la creación, extiende las manos sobre ellas al mismo tiempo que las toca. El
carácter augusto del Pontífice y sacerdote es una fuente de santificación; y el
contacto de su mano consagrada obra ya de por sí con propia virtud sobre las
criaturas, cuando lo hace en virtud del sacerdocio de Cristo que reside en él.
Sea esta
(agua) una criatura santa e inocente, libre de todo asalto del enemigo, y
purificada con la huida de toda maldad. Sea una fuente viva, una agua
regeneradora, una ola purificante: para que, todos los que van a ser lavados en
este saludable baño, alcancen, por obra del Espíritu Santo, la gracia de la
purificación perfecta.
Al mismo
tiempo que pronuncia las palabras siguientes el Obispo bendice por tres veces
las aguas de la fuente haciendo sobre ellas la señal de la cruz.
Por eso, te
bendigo, criatura agua, por el Dios vivo, por el Dios t verdadero, por el Dios
t santo: por el Dios que, en el principio, te separó con su palabra de la
tierra, y cuyo Espíritu era llevado sobre ti.
Al llegar
aquí el Obispo, mostrándonos las aguas llamadas a fecundar al paraíso terrenal
al cual rodean los cuatro ríos, los divide ahora con su mano y los extiende
hacia las cuatro partes del mundo, que más tarde deben recibir la predicación
de este Bautismo. Realiza este rito tan expresivo al mismo tiempo que pronuncia
las palabras siguientes: El cual te hizo manar de la fuente del Paraíso, y,
dividida en cuatro ríos, te ordenó regar toda la tierra. El cual, siendo amarga
en el desierto, dándote suavidad, te hizo potable, y te sacó de la roca para el
pueblo sediento, Bendígote también por Jesucristo, su único Hijo, Nuestro
Señor, el cual, con un milagro admirable, te convirtió con su potencia en vino,
en Cana de Galilea.
El cual
anduvo sobre ti con sus pies: y fue bautizado por Juan en el Jordán. El cual te
produjo de su costado, junto con sangre: y mandó a sus discípulos que fueran
bautizados en ti los creyentes, diciendo: Id, enseñad a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo.
En este
momento el Obispo interrumpe el tono de prefacio, en el que hasta ahora había
cantado y pronuncia lo siguiente en tono sencillo. Después de haber sellado las
aguas con la señal de la cruz invoca sobre ellas la acción fecundante del
Espíritu Santo.
A los que
observamos estos preceptos, asístenos clemente, oh Dios omnipotente: y
aspíranos benigno.
El Espíritu
Santo lleva un nombre que significa Soplo; pues Él es el soplo divino ese
viento huracanado que se extiende por el Cenáculo. El Pontífice manifiesta este
carácter de la tercera Persona Divina, soplando sobre las aguas tres veces en
forma de cruz; después continúa sin tomar todavía el tono del Prefacio.
Bendice con
tu boca estas aguas simples: para que, además de la natural virtud que tienen
para lavar los cuerpos, sean también eficaces para purificar las almas.
Tomando
después el Cirio pascual sumerge en el agua su parte inferior. Este rito, que
data del siglo xi, es un símbolo del Bautismo de Cristo en el Jordán, el día en
que las aguas recibieron las arras de su poder divino. El Hijo de Dios había
descendido al río, mientras el Espíritu Santo permanecía sobre su cabeza en
forma de paloma. En el día de hoy no solamente se entrega las arras, sino que
el agua recibe verdaderamente la virtud prometida, por la acción de las dos
divinas personas.
Por esta
razón el Obispo, volviendo a tomar el tono del Prefacio, canta lo siguiente al
mismo tiempo que sumerge un poco el Cirio pascual en el agua, símbolo de Cristo
sobre el cual se cierne la celestial Paloma.
Descienda
sobre la plenitud de esta fuente la virtud del Espíritu Santo.
Una vez
cantadas estas palabras, el Pontífice retira el Cirio del agua, metiéndole de
nuevo un poco más. Y repitiendo en un tono más elevado:
Descienda
sobre la plenitud de esta fuente la virtud del Espíritu Santo.
Por tercera
vez vuelve a sacar el Cirio metiéndole de nuevo hasta el fondo de la fuente,
cantando lo mismo que las dos veces anteriores en un tono todavía más elevado:
Descienda
sobre la plenitud de esta fuente, la virtud del Espíritu Santo. Esta vez antes
de sacar el Cirio del agua el Obispo se inclina sobre la fuente para unir en un
símbolo visible el poder del Espíritu Santo con la virtud de Cristo, vuelve a
soplar sobre las aguas, no en forma de cruz como antes, sino trazando con su
aliento una letra del alfabeto griego que es, la primera de la palabra Espíritu
en esta lengua, después continúa la oración con estas palabras:
Y fecunde
toda la substancia de esta agua con el poder de regenerar. Entonces se saca el
Cirio por completo del agua y el Obispo continúa:
Bórrense
aquí las manchas de todos los pecados: limpiase aquí de todo rastro de vejez la
naturaleza creada a imagen tuya, y restaurada en el honor de su principio: para
que todo hombre, que reciba este Sacramento de regeneración, renazca a la
infancia de la verdadera inocencia.
Luego el
Obispo pronuncia lo siguiente en tono llano:
Por Nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos, y al mundo por el fuego. R/. Amén.
Después que
el pueblo ha respondido Amén, uno de los sacerdotes aspergea al pueblo con el
agua de la fuente mientras uno de los clérigos llena un recipiente con el agua
bendita, la cual está destinada para el servicio de la iglesia y la bendición
de las casas de los fieles.
Las
oraciones de la bendición del agua han terminado; y, sin embargo, la Iglesia no
ha cumplido todavía con ello toda la ceremonia. El Jueves anterior, usando de
los poderes que el Espíritu Santo la ha concedido, consagró los Santos Oleos y
quiere ahora honrar el agua bautismal extendiendo estos Oleos cuya renovación
ha sido acogida con tanta alegría. El pueblo cristiano aprenderá de este modo a
venerar siempre la fuente que confiere la salvación a los hombres, y en la cual
se hallan incluidos todos los símbolos de la adopción divina. El Obispo,
tomando la ampolla que contiene el Óleo de los Catecúmenos, lo derrama en el
agua, diciendo juntamente estas palabras:
"Sea
esta fuente santificada y se haga fecunda por la infusión del óleo de
salvación, para dar vida eterna a los que renazcan de su seno." Amén.
Después
tomando el vaso del santo Crisma lo derrama en la fuente, diciendo:
La infusión
del crisma de Nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Consolador óbrese en
nombre de la Santa Trinidad." Amén.
Teniendo en
su mano derecha el Crisma, y en su izquierda el Óleo de los Catecúmenos,
derrama en las aguas los dos frascos, a la vez, y acabando esta libación
sagrada que manifiesta la superabundancia de la gracia bautismal, dice:
"La
mezcla del Crisma de la santificación y del Oleo de la unción con el agua
bautismal, óbrese en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo."
Amén.
El Obispo
extiende con la mano los Santos Oleos sobre la superficie del agua para que
toda entera participe de este último grado de santificación.
EL BAUTISMO.
— Bendecida el agua, puede conferirse el Bautismo; en este caso se hace señal a
los catecúmenos para que se acerquen al Obispo en medio del coro. En los
primeros siglos el Bautismo se verificaba no en el coro de la iglesia, sino en
el bautisterio, distinto de la iglesia, y la ceremonia se verificaba de este
modo: el cortejo se dirigía hacia el lugar en que estaba el agua; era un
edificio separado de la iglesia y construido en retonda o en forma octagonal.
En el centro hay un gran pozo a donde se sube y baja por escaleras. Unos
canales conducen allí el agua pura, que un ciervo de metal arroja por su boca.
Encima de la fuente se levanta una cúpula; en cuyo centro campea la imagen del
Espíritu Santo; extendidas sus alas y como fecundando las aguas. Una
balaustrada rodea el pozo a ñn de que el recinto permanezca libre para los
bautizados y sus padrinos y madrinas, que son los únicos que entran allí, junto
con el Obispo y los sacerdotes. A poca distancia se han erigido dos tiendas; la
una para los hombres y la otra para las mujeres; allí se retirarán los
recién-bautizados para secarse y cambiarse de vestiduras. He aquí el orden de
la marcha hacia el Baptisterio. El cirio pascual representando a la columna
luminosa que dirigió Israel a través de las sombras de la noche, hacia el mar
Rojo, en cuyas aguas debían encontrar la salvación, marcha ahora a la cabeza de
los catecúmenos. A su derecha van con los hombres su padrino, y con las mujeres
su madrina; pues han sido admitidos a la regeneración mediante la presentación
de un cristiano de cada sexo respectivamente. Dos acólitos llevan el uno el
Santo Crisma y el otro el Óleo de los catecúmenos; a contiuación del clero
viene el Obispo con sus ministros. Esta procesión está iluminada con el
resplandor de las antorchas, mientras en los aires se oyen cánticos melodiosos.
Se van repitiendo las estrofas del Salmo en que David compara sus deseos a los
del ciervo que suspira por la fuente. El ciervo, cuya imagen ha sido colocada
en el Baptisterio, es la figura del fervoroso catecúmeno.
Se acercaban
uno a uno, conducidos los hombres por el padrino y las mujeres por la madrina.
El Obispo se coloca sobre un estrado desde el cual domine la fuente. El
catecúmeno, quitados los vestidos de la parte superior, baja las gradas de la
fuente, y entra en el agua, conducido por la mano del Pontífice. Elevando la
voz éste le pregunta: "¿Crees en Dios Padre Todopoderoso, Creador del
cielo y de la tierra? — Creo, responde el Catecúmeno. ¿Crees en Jesucristo, su
único Hijo, nuestro Señor, que ha nacido y sufrido? — Creo. ¿Crees en el
Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, la
remisión de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna? — Creo."
Hecha la confesión de la fe, vuelve a preguntarle el Pontífice: "¿Quieres
ser bautizado? —Quiero", responde el elegido. El Pontífice, extendiendo la
mano sobre la cabeza de catecúmeno, la sumerge tres veces en las aguas de la
fuente; diciendo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo."
Tres veces
ha desaparecido el neófito bajo las aguas. El Apóstol nos explica esta parte
del misterio. Las aguas han sido para el elegido el sepulcro en el cual ha
estado oculto con Cristo, y como Cristo, sale con nueva vida. La muerte que
acaba de sufrir es la muerte al pecado; la vida que posee desde ahora es la
vida de la gracia. El misterio completo de la resurrección del Hombre-Dios se
reproduce en el cristiano bautizado. Pero antes de salir del agua este neófito,
una ceremonia profunda, completa en él la semejanza con el Hijo de Dios. Aún
estaba Jesús en las aguas del Jordán, cuando descendió sobre su cabeza la
Paloma divina; antes que el neófito salga de la fuente un sacerdote derrama
sobre su cabeza el Crisma, don del Espíritu Santo. Esta unción indica en el
elegido, al carácter real y sacerdotal del cristiano que por su unión con
Jesucristo, su jefe, participa, en cierto grado, de su Realeza y de su
Sacerdocio. Colmado de los favores del Verbo Eterno y del Espíritu Santo,
adoptado por el Padre que ve en él un miembro de su propio Hijo, el neófito
sale de la fuente por las gradas del lado opuesto, semejándose a esas ovejas
del divino Cántico, que suben de la piscina donde han purificado su blanco vellón'.
El padrino le aguarda junto al borde; le da la mano para subir y cubriéndole
con su lienzo le seca el agua que se desliza por su cuerpo.
El Obispo
continúa su noble función; cuantas veces sumerge un pecador en las aguas, otras
tantas renace un justo de la fuente. Pero no puede ejercer durante largo tiempo
un ministerio en el cual los sacerdotes pueden suplirle. Solamente él puede
administrar a los neófitos el sacramento que debe confirmarles por el don del
Espíritu Santo; y si para ejercer este poder divino, esperase el momento en el
cual estuvieran regenerados ya, todos los catecúmenos, llegaría el gran día sin
haber efectuado todos los misterios de esta santa noche. Se limita, pues, a
administrar el Santo Bautismo a algunos catecúmenos, hombres, mujeres y niños,
y, deja a los sacerdotes el cuidado de recoger el resto de la mies del Padre de
familia. En el Baptisterio hay un lugar especial llamado Chrismaríum, porque
aquí el Pontífice debe administrar el sacramento del Crisma; vuelve a este
lugar y sube al trono que le ha sido preparado. Se reviste de nuevo los
ornamentos sagrados que había dejado para bajar a la fuente; y en seguida se
colocan a sus pies los neófitos que acaba de bautizar, y después los que son
regenerados por los sacerdotes. Entrega a cada uno un vestido blanco que
llevarán hasta el sábado siguiente y les dice: "Recibid el vestido blanco,
santo e inmaculado; y llevadlo al tribunal de nuestro Señor Jesucristo para
obtener la vida eterna." Habiendo recibido este elocuente símbolo, los neófitos
se retiran a las tiendas que han sido preparadas en el Baptisterio; dejan sus
vestidos mojados de agua, tomando otros, y con la ayuda de sus padrinos o de
sus madrinas se revisten por encima con la ropa blanca, que han recibido del
Obispo. Vuelven al Chrismaríum, donde el Pontífice les va a administrar
solemnemente el sacramento de la Confirmación.
LA
CONFIRMACIÓN. — El Jueves, en medio de las solemnidades de la consagración del
Crisma, el Pontífice recordaba a Dios, que cuando las aguas hubieron cumplido
su ministerio, purificando la tierra, la Paloma apareció en el mundo renovado,
llevando en su pico el ramo de olivo que anunciaba la paz y el reino de aquel
que ha dado a la Unción el nombre sagrado que lleva para siempre. Nuestros
neófitos, purificados también en el agua, esperan ahora, a los pies del
Pontífice, los favores de la Paloma divina, la señal de la paz de la cual es
símbolo la oliva. El Santo Crisma ha sido ya derramado sobre su cabeza; pero no
era más que el signo de la dignidad a la cual han sido elevados. Desde este
momento, no significa solamente la gracia, sino que la obra en las almas; pero
no está en poder del sacerdote el administrar esta unción que confirma al
cristiano; exige la mano del Pontífice, de quien solamente, también procede la
consagración del Crisma.
Delante de
él están los neófitos, los hombres a un lado, las mujeres a otro, los niños
entre los brazos de sus padrinos y madrinas. Los adultos apoyan su pie derecho
sobre el pie derecho de los que han servido su padre o madre, significando por
esta unión la filiación de la gracia en la Iglesia.
A la vista
de esta grey, reunida en derredor suyo, el Pastor se alegra en su corazón y
levantándose de su trono, exclama: "Que el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros y que la virtud del Altísimo os guarde de todo pecado." Luego,
imponiendo las manos sobre ellos, invoca el Espíritu de los siete dones, a
quien solamente pertenece asegurar en los neófitos las gracias que han recibido
en las aguas de la divina fuente. Conducidos por sus padrinos, se acercan al
Pontífice, unos después de otros, ávidos de recibir la plenitud del carácter
del Cristiano. El Obispo, habiendo metido su dedo pulgar en el vaso que
contiene el Crisma, les marca a cada uno, en la frente con el sello indeleble,
diciendo: "Yo os signo con la señal de la Cruz y os confirmo con el Crisma
de la salvación, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo." Y
dándole una palmada en la mejilla, que era entre los antiguos la señal de la
manumisión de un esclavo, les concede la libertad completa de hijos de Dios,
diciéndoles: "La paz sea con vosotros'". Los ministros del Pontífice
rodean la cabeza de los nuevos confirmados con una cinta destinada a evitar
todo contacto profano con la parte de la frente que ha sido ungida con el Santo
Crisma.
El neófito
debe guardar durante siete días esta cinta, y ha de dejarla juntamente con el
ropaje blanco que acaba de revestir.
Entre tanto,
en medio de estos misterios, han pasado las horas de la noche y se acerca el
momento de celebrar, con un sacrificio de alegría, el instante supremo en que
Cristo va a salir del sepulcro. Es hora de que el Pastor conduzca al templo
santo su feliz rebaño que ha aumentado tan gloriosamente. Es hora de dar a
estas ovejas queridas el alimento divino a que tienen derecho desde este día.
Las puertas
del Baptisterio se abren y la procesión se pone en marcha hacia la Basílica. El
Cirio pascual, columna de fuego, precede la muchedumbre de los neófitos. El
pueblo fiel sigue al Pontífice y al clero, que penetran triunfantes en la
Iglesia.
Durante el
camino se canta el Cántico de Moisés, después del paso del mar Rojo.
VI.
RENOVACION DE LAS PROMESAS DEL BAUTISMO Y SEGUNDA PARTE DE LAS LETANIAS
Terminada la
bendición del agua, llévasela a la fuente bautismal. La procesión se dirige
allá entonando el cántico "Sicut cervus".
TRACTO
Como el
ciervo desea las fuentes de las aguas: así mi alma te desea a ti, oh Dios. V/.
Mi alma siente sed del Dios vivo: ¿cuándo iré, y, apareceré ante la cara de
Dios? V/. Son las lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos
los días: ¿Dónde está tu Dios?
Puesta el
agua en la pila bautismal, el celebrante, juntas las manos dice en tono ferial:
V/. El Señor
sea con vosotros.
R/. Y con tu
espíritu.
Omnipontente
y sempiterno Dios, mira propicio la devoción de tu pueblo renaciente, que,
corno un ciervo, se dirige a la fuente de tus aguas: y haz propicio que la sed
de su fe santifique, por el sacramento del Bautismo, su cuerpo y su alma. Por
el Señor, V.\ Amén.
A
continuación inciensa la pila, que todos debemos mirar y respetar como algo muy
sagrado y querido, como el seno materno en el que fuimos reengendrados para la
vida eterna, y luego todos vuelven en silencio al coro.
El Obispo
toma entonces estola y capa blancas, inciensa el cirio, y vuelto hacia el clero
y los fieles, los cuales tienen todos sus velas encendidas, les dirige una
alocución invitándoles a renovar las promesas que hicieron en su Bautismo.
Todos están de pie y responden:
Esta
sacratísima noche, amadísimos hermanos, la santa Madre Iglesia, recordando la
muerte y sepultura de Nuestro Señor Jesucristo, se mantiene en vela devolviendo
amor por amor, y, celebrando su gloriosa resurrección, llena de gozo se
alboroza. Pero, como, según enseña el Apóstol, fuimos sepultados juntamente con
Cristo por el bautismo para morir al pecado, de igual modo que Cristo resucitó
de entre los muertos, así conviene que también nosotros minemos en una vida
renovada, sabiendo que nuestro hombre viejo ha quedado juntamente crucificado
con Cristo para que no sirvamos más al pecado. Consideremos; pues, que
ciertamente estamos nosotros muertos para el pecado, pero que vivimos para Dios
en Jesucristo, Señor nuestro.
Por tanto,
queridísimos hermanos, terminado el ejercicio de la Cuaresma, renovemos las
promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y
a sus obras, así como al mundo, que es enemigo de Dios, y dimos palabra de
servir fielmente a Dios en la Santa Iglesia católica.
Así, pues:
El
celebrante: ¿Renunciáis a Satanás?
Todos:
Renunciamos.
El celebrante:
¿Y a todas sus obras?
Todos:
Renunciamos.
El
celebrante: ¿Y a todas sus pompas?
Todos:
Renunciamos.
El
celebrante: ¿Créis en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del
Cielo y de la tierra?
Todos:
Creemos.
El
oelebrante: ¿Créis en Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro
Señor, que nació y padeció?
Todos:
Creemos.
El
celebrante: ¿Créis también en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la
comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y
la vida perdurable?
Todos:
Creemos.
El
celebrante: Pues ahora juntamente a una roguemos a Dios como Nuestro Señor
Jesucristo nos enseñó a orar:
Todos: Padre
nuestro que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre, venga a nosotros
tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro
de cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación. Más
líbranos de mal. Amén.
El
celebrante: Y Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos
regeneró por medio del agua y del Espíritu Santo, y que nos concedió el perdón
de los pecados, El mismo nos conserve con su gracia en el mismo Jesucristo,
Señor Nuestro, para la vida eterna.
Todos: Amén
Y asperja al
pueblo con el agua bendita antes. En fin, para terminar se concluye el canto de
las Letanías de los Santos mientras el Obispo se dirige a la sacristía donde se
reviste de los ornamentos sagrados, todo refulgentes del esplendor pascual.
VII. LA MISA
SOLEMNE DE LA VIGILIA PASCUAL
La Letanía
se acaba; y los cantores han llegado ya a la invocación que la termina: Kyrie
eleison! El Pontífice avanza de la sacristía hacia el altar con la majestad de
los días más solemnes. A su vista los cantores prolongan la melodía de las
palabras de invocación, y las repiten tres veces; tres veces dirigen la
invocación al Hijo de Dios: Christe eleison!, y, en fin, la invocación al
Espíritu Santo: Kyrie eleison!
Mientras se
ejecutan estos cantos, el Obispo o celebrante juntamente con los ministros,
revestidos de ornamentos blancos, se acerca al altar, y, hecha la debida
reverencia y omitido el salmo y la confesión, sube a él, lo besa en medio y le
inciensa como de costumbre. De este modo se omite la antífona llamada Introito.
La Basílica
comienza a iluminarse con las primeras luces de la aurora. La asamblea de los
fieles, dividida en varias secciones, los hombres en la nave derecha, las
mujeres en la izquierda, ha recibido en sus filas los nuevos soldados. Cerca de
las puertas, el lugar de los Catecúmenos está vacío; y en las naves laterales,
en los lugares de honor se distingue a los neófitos con su banda y con el Cirio
encendido que tienen en sus manos. La incensación del altar ha terminado; de
pronto, ¡oh triunfo del Hijo de Dios resucitado! La voz del Pontífice entona el
himno Angélico "Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y en la tierra
paz a los hombres de buena voluntad."
A estas
palabras, las campanas, mudas desde hace tres días, tocan alborozadas en el
campanario de la Basílica; y el entusiasmo de nuestra santa fe hace palpitar
todos los corazones. El pueblo continúa con entusiasmo el cántico celestial y
una vez concluido el Obispo resume en la siguiente oración los votos de toda la
Iglesia en favor de sus nuevos hijos.
COLECTA
Oh Dios, que
ilustras esta sacratísima noche con la gloria de la Resurrección dominical:
conserva en la nueva prole de tu familia el espíritu de adopción, que le has
dado; para que, renovados en cuerpo y alma, te presten un servicio puro. Por el
mismo Señor.
Después de la
Colecta el subdiácono sube al ambón de la Epístola y lee el pasaje que el
Apóstol dirige a los neófitos en el momento mismo en que acaban de resucitar
con Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de
la Epístola del Ap. S. Pablo a los colosenses (III, 1-4)
Hermanos: Si
habéis resucitado con Cristo, buscad lo que es de arriba, donde está Cristo,
sentado a la diestra de Dios: saboread lo que es de arriba, no lo que hay sobre
la tierra. Porque estáis muertos, y vuestra vida está escondida, con Cristo, en
Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis también
vosotros con El en la gloria.
Acabada esta
lectura tan breve, pero cuyas palabras encierran sentido muy profundo, el
subdiácono baja del ambón y se coloca delante del trono del Obispo. Después de
saludarle con profunda inclinación, canta con voz jubilosa estas palabras que
resuenan por la Basílica y despiertan de nuevo la alegría en todas las almas:
"Reverendísimo Padre; os anuncio una gran alegría: es el Alleluia."
El Obispo se
levanta y canta con alegría el Alleluia. El coro repite Alleluia y dos veces se
cambia este grito celestial entre el coro y el Pontífice. En este momento se
desvanecen todas las tristezas pasadas; se siente que las penitencias de la
Santa Cuaresma han sido aceptadas por la divina Majestad y que Padre de los
siglos, por los méritos de su Hijo resucitado, perdona al mundo, puesto que le
vuelve el derecho de oír el cántico de la eternidad. El coro añade este verso
del real Profeta que pregona la misericordia de Dios.
CONFITEMINI
Confesad al
Señor, porque es bueno: porque su misericordia es eterna.
Con todo eso
falta todavía algo en las alegrías de hoy. Jesús ha salido del sepulcro, pero
en esta hora en que estamos, no se ha manifestado aún a todos. Unicamente su
Santa Madre, Magdalena y las otras santas mujeres le han visto; esta tarde
solamente se mostrará a sus apóstoles. Estamos en la aurora deja resurrección,
por eso la Iglesia canta por última vez las alabanzas del Señor en la forma
cuaresmal del Tracto.
TRACTO
Alabad al
Señor, gentes todas: y alabadle Juntos, pueblos todos. V/. Porque se ha
confirmado sobre nosotros su misericordia: y la verdad del Señor permanece para
siempre.
Mientras el
coro canta este cántico de David, el diácono se dirige hacia el ambón, desde el
que hará oír las palabras del Santo Evangelio. No le acompañan los
ceroferarios, pero sí el turiferario con el incienso. He aquí una alusión a los
sucesos de esta gran mañana. Las mujeres han ido al sepulcro con perfumes, pero
la fe de la resurrección no brillaba en sus almas. El incienso recuerda los
perfumes, la ausencia de los ciriales significa que no tenían fe.
EVANGELIO
Continuación
del Santo Evangelio según San Mateo (XVIII, 1-7)
Y en la
noche del sábado, al amanecer del día primero, fué María Magdalena, y la otra
María, a ver el sepulcro. Y he aqui que hubo un gran terremoto: porque el Angel
del Señor descendió del cielo: y, acercándose, separó la piedra, y se sentó
sotare ella: y su cara era como el relámpago: y sus vestidos, como la nieve. Y
por temor a él se aterraron los centinelas, y se quedaron como muertos. Y,
hablando el Ángel, dijo a las mujeres: No temáis: sé que buscáis a Jesús, que
fue crucificado: no está aquí: ha resucitado, según lo dijo. Venid y ved, el
lugar donde estuvo sepultado el Señor. Y, yendo luego, decid a sus discípulos
que ha resucitado: y he aquí que Él os precederá en Galilea: allí le veréis. Ya
os lo he predicho.
Después de
la lectura del Evangelio el Pontífice no entona el Credo. La Iglesia lo reserva
para la Misa solemne que reunirá de nuevo al pueblo fiel. Sigue en cada uno de
sus momentos las fases del misterio divino y quiere recordar en este momento el
intervalo que sucedió antes de que los Apóstoles, que debían anunciar por todas
partes la fe de la resurrección, le hubiesen rendido homenaje.
Después de
saludar al pueblo, el Pontífice se prepara para ofrecer a la divina Majestad el
pan y el vino que van a servir en el sacrificio; y por una derogación al uso
observado en todas las misas no se canta el Ofertorio. Cada día esta Antífona
acompaña el acercamiento de los fieles al altar, cuando presentan el pan y el
vino que se les volverá a entregar en la Comunión transformado en el cuerpo y
sangre de Jesucristo. Pero la función es muy larga; si el ardor de las almas es
siempre el mismo, se siente la fatiga del cuerpo, y los niños que están en
ayunas para la comunión dan a entender con sus gritos el sufrimiento que
padecen. El pan y el vino, materias del divino sacrificio, serán suministrados
hoy por la Iglesia y los neófitos no dejarán por eso de sentarse a la mesa del
Señor, aunque no hayan presentado el pan y el vino.
Después de
haber hecho la ofrenda e incensado el pan y el vino, preparados y luego el
altar, el Pontífice resume los votos de los asistentes en la Secreta, a la que
sigue el Prefacio Pascual.
SECRETA
Suplicámoste,
Señor, recibas las preces de tu pueblo, con las oblaciones de las hostias: para
que, iniciadas éstas con los misterios pascuales, nos sirvan, por obra tuya, de
remedio eterno. Por el Señor.
PREFACIO
Es verdaderamente
digno y justo, equitativo y saludable que en todo tiempo, Señor, te prediquemos
glorioso, pero sobre todo en esta noche, cuando Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado. Porque Él es el verdadero Cordero que quita los pecados del mundo. El
cual, muriendo, destruyó nuestra muerte, y, resucitando, reparó la vida. Y, por
eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con
toda la milicia del ejército celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo
sin cesar:
Santo,
Santo, Santo, etc.
Comienza el
Canon y se obra el misterio divino. Ninguna ceremonia se cambia hasta el
momento que precede a la Comunión. Existe una costumbre, que se remonta a los
tiempos Apostólicos, de que los fieles, antes de participar del cuerpo y sangre
del Señor se den el beso fraternal, pronunciando al mismo tiempo estas
palabras: "La paz sea con vosotros." En esta primera Misa Pascual, se
omite esta costumbre. La tarde del día de su resurrección, Jesús dirigió estas
mismas palabras a sus discípulos reunidos. La Santa Iglesia, llena de respeto
por las menores circunstancias de la vida de su celestial Esposo, gusta
recordarlas en sus ejercicios. Por este mismo motivo omite hoy el canto del
Agnus Del que por lo demás data del siglo séptimo y que dice en su tercera
repetición estas palabras: "Danos la paz." Pero ha llegado el momento
en que los neófitos por vez primera, van a gustar el pan de vida y beber la
bebida celestial que Cristo instituyó en la última Cena. Iniciados por el agua
del Espíritu Santo, tienen siempre derecho a sentarse en el banquete sagrado; y
la túnica blanca que les cubre muestran claramente que su alma está adornada
con el vestido nupcial exigido a los convidados al festín del Cordero. Se
acercan al altar alegres y respetuosos. El diácono les da el cuerpo del Señor y
les presenta en seguida el cáliz de la sangre divina. Son también admitidos los
niños y el diácono mojando su dedo en la copa sagrada deja caer algunas gotas
en su boca. En fin, para significar que en estas primeras horas de su Bautismo
todos son "semejantes a niños que acaban de nacer", como dice el
Príncipe de los Apóstoles, se da a todos después de la Comunión un poco de
leche y miel, símbolos de la infancia, y a la vez de la tierra prometida por el
Señor a su pueblo.
Hechas todas
las cosas, el Obispo termina las oraciones de Sacrificio pidiendo al Señor el
Espíritu de paz entre todos los hermanos a quienes una misma Pascua ha reunido
en la participación de los mismos misterios. La misma Iglesia les ha llevado en
su seno maternal y la misma fuente les ha engendrado a la vida; son miembros de
un mismo Jefe divino; el mismo espíritu les ha marcado con su sello el mismo
Padre celestial les ha adoptado. Dada la señal por el diácono, en nombre del
Pontífice, la asamblea se separa, y los fieles saliendo de la Iglesia, se
retiran a sus casas, esperando que la hora del Santo Sacrificio les reúna de
nuevo, para celebrar con más esplendor aún la Fiesta de las fiestas, la Pascua
de Resurrección.
LAUDES. —
Mientras se mantuvo la costumbre de celebrar la Vigilia Pascual por la noche,
la Vigilia Pascual, que terminaba al amanecer del domingo, no había otro oficio
nocturno o matutino. No fue sino más tarde, al introducirse la costumbre de
anticipar la Misa de la Noche de Pascua a la Mañana del Sábado Santo, cuando se
pensó en adaptar un Oficio de Vísperas. Estando ya la mañana completamente
llena con los grandiosos ritos que ya conocemos, la Iglesia resolvió adoptar
para este Oficio una forma brevísima, impregnada además del carácter alegre que
convenía después de haber vuelto a escuchar el Aleluya. Dispusiéronse, pues,
esas Vísperas de modo que formaran un cuerpo con la Misa.
Restaurada
ahora la Vigilia Pascual, ésta reemplaza los Maitines y Laudes de Pascua, y la
Iglesia ha conservado tan sólo un resumen de los Laudes, unidos a la Misa, cuya
acción de gracias desarrollan, para terminar con la oración de la Poscomunión.
Así, pues,
terminada la distribución de la sagrada comunión en el altar, se cantan en el
coro la Antífona y Salmo siguientes:
Aleluya,
aleluya, aleluya.
Salmo 150
[En cada *
se debe persignar]
Alabad al
Señor en su santuario, * alabadle en el firmamento de su majestad.
Alabadle por
sus hazañas, * alabdle según la muchedumbre de su grandeza.
Alabadle al
son de las trompetas, * alabadle con el salterio y la cítara.
Alabadle con
tímpanos y danzas, * alabadle con las cuerdas y el órgano.
Alabadle con
címbalos resonantes, * alabadle con címbalos de júbilo; * todo cuanto respira
alabe al Señor.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo... Y se repite la Antífona: Aleluya,
aleluya, aleluya.
No se cantan
más salmos ni capitula ni himno ni versículo, sino el celebrante entona
enseguida, para el Benedictus, esta Antífona:
Y muy de
mañana, * el primer día de la semana, van al sepulcro, nacido ya el sol,
aleluya.
CANTICO
(Le., 1. 68-79)
Bendito el
Señor, Dios de Israel, * porque ha visitado y redimido a su pueblo,
Y ha
levantado en favor nuestro un cuerno de salvación * en casa de David, su
siervo,
Conforme lo
dijo por boca de sus santos profetas * que antaño fueron,
Que nos
había de librar de nuestros enemigos, * y del poder de todos los que nos
aborrecen.
Para hacer
misericordia con nuestros padres, * y acordarse de su alianza santa.
El juramento
que juró a Abraham * nuestro padre:
Darnos que
sin temor, libres del poder de los enemigos, t y le sirvamos en santidad y
justicia, en su presencia todos nuestros días.
Y tú, niño,
serás llamado profeta del Altísimo, * pues irás delante del Señor para preparar
sus caminos.
Para dar
ciencia de salud a su pueblo, * con la remisión de sus pecados,
Por las
entrañas de misericordia de nuestro Dios, * en las cuales nos visitará naciendo
de lo alto,
Para
iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte, * para
enderezar nuestros pies por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo * y al Espíritu Santo.
Como era en
un principio, y ahora y siempre, * y * por los siglos de los siglos. Amén.
Durante el cántico del Benedictus inciensa el celebrante el altar, y luego,
repetida la antífona Y muy de mañana, canta en el altar la oración.
POSCOMUNIÓN
Infúndenos,
Señor el Espíritu de tu caridad: para que, a los que has saciado con los
Sacramentos pascuales, les unifiques con tu piedad. Por el Señor... en la unidad del mismo Espíritu.
Acabada la
oración, el diácono al dar a los fieles la señal para retirarse añade a la
forma ordinaria dos ALLELUIA y esto mismo se observa al final de todas las
misas hasta el Sábado siguiente inclusive.
V/.
Retiraos; la Misa ha terminado, Alleluia, Alleluia.
R/. Demos
gracias a Dios, Alleluia, Alleluia.
La Misa
concluye con la bendición del Obispo o celebrante, omitiéndose la lectura del
Evangelio según San Juan.
Tal es la
solemne función de esta venerable y sublime Vigilia Pascual, que no ha perdido
casi nada tocante a las oraciones y ceremonias, pero que tenía necesidad de
acercarse más, como lo hemos hecho notar, a los usos antiguos, para mejor
recordar toda su grandiosidad y todo su significado.
—DOM PRÓSPERO
GUÉRANGER, El Año Litúrgico, Primera Edición Española Traducida Y Adaptada Para
Los Países Hispano-Americanos Por Los Monjes De Santo Domingo De Silos.
NIHIL OBSTAT: F.R.
FRANCISCVS SÁNCHEZ. 0. S. H. Censor ordinis.
IMPRIMATVR: P.
ISAAC M. TORIBIOS, Abbas Silensis, Ex Monasterio Sancti Dominici de Silos, die
7.I.1953
[1] COMUNIÓN
ESPIRITUAL, VERDADERA COMUNIÓN: https://www.facebook.com/photo?fbid=381902818003537&set=a.235028616024292
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