DECIMOQUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
DECIMOQUINTO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
MISA
QUE SOLO PUEDE SER
OFICIADA SEGÚN LAS RÚBRICAS DE LA IGLESIA, QUE CONDENAN EL ACCIONAR IRREGULAR Y
ACATÓLICO DE CONCILIARES DEL VATICANO II, THUCISTAS Y LEFEBVRISTAS
El episodio conmovedor de
la viuda de Naim da hoy nombre al décimoquinto Domingo después de Pentecostés.
El Introito nos ofrece un modelo de las oraciones que debemos dirigir al Señor
en todas nuestras necesidades. El Hombre- Dios prometió (Domingo anterior),
socorrer sirvamos fielmente buscando antes que nada su reino. Al dirigirle
nuestras súplicas, mostrémonos confiados en su palabra como es justo que lo
seamos, y así oirá nuestros ruegos.
INTROITO
Inclina, Señor, tu oído hacia mí; y óyeme: salva, oh Dios
mío, a tu siervo, que espera en ti: ten piedad de mí, Señor, pues clamo a ti
todo el día. — Salmo: Alegra el alma de tu siervo: ya que a ti, Señor, elevo mi
alma. V. Gloria al Padre.
La humildad de la Iglesia
en las súplicas que dirige al Señor es un ejemplo para nosotros. Si la Esposa
obra así con Dios, ¿qué disposiciones de humillación deben ser las nuestras al
comparecer ante la soberana Majestad? Con razón podemos decir a esta tierna
Madre, como los discípulos al Salvador: ¡Enséñanos a orar! En la Colecta,
unámonos a ella.
COLECTA
Haz, Señor, que tu
continua misericordia purifique y proteja a tu Iglesia: y, ya que sin ti no
puede mantenerse salva, sea siempre gobernada por tu gracia. Por Nuestro Señor
Jesucristo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a
los Gálatas (Gal., V, 25-26; VI, 1-10).
Hermanos: Si vivimos del espíritu, caminemos también en
el espíritu. No codiciemos la gloria vana, provocándonos mutuamente,
envidiándonos unos a otros. Hermanos, si alguno cayere en alguna falta,
vosotros, que sois espirituales, instruid a ese tal con espíritu de
mansedumbre, considerándote a ti mismo, para que no seas tentado tú también.
Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo.
Porque, si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo.
Examine, pues, cada cual sus obras, y así sólo tendrá gloria en sí mismo y no
en otro. Porque cada cual llevará su carga. Y, el que es catequizado de
palabra, comunique todos sus bienes al que le catequiza. No os engañéis: de
Dios nadie se burla. Porque, lo que sembrare el hombre, eso recogerá. Por
tanto, el que sembrare en su carne, cosechará de la carne corrupción: mas, el
que sembrare en el espíritu, cosechará del espíritu vida eterna. No nos
cansemos, pues, de hacer el bien: porque, si no nos cansáremos, segaremos a su
tiempo. Así que, mientras tenemos tiempo, obremos el bien con todos, pero
principalmente con los hermanos en la fe.
PERSEVERANCIA EN LA LUCHA
La Santa Madre Iglesia
vuelve a tomar la lectura de San Pablo donde la dejó hace ocho días. Sigue
siendo objeto de las instrucciones apostólicas la vida espiritual, la vida
engendrada por el Espíritu Santo en nuestras almas para suceder a la de la
carne. Aunque hayamos domado la carne, no debemos por eso creer que está
terminado el edificio de nuestra perfección; y es que la lucha debe continuar
después de la victoria si no queremos ver comprometidos los resultados; pero
además se precisa vigilancia para que una u otra de las tres concupiscencias no
aproveche el momento para retoñar ni causar heridas, tanto más peligrosas
cuanto menos se pensaba en preservarse de ellas, mientras el alma dirige su
esfuerzo a otra cosa.
La vanagloria, principalmente, exige al hombre
que quiere servir a Dios un continuo vivir alerta, porque siempre está presta a
infectar con su veneno sutil hasta los actos de la humildad y de la penitencia.
HUIR DE LA VANAGLORIA
¿Qué insensatez sería la
de un condenado a quien la flagelación le ha salvado de la pena capital que
había merecido, si se gloriase de los azotes con que se castiga a los esclavos
y que él lleva impresos en su carne? ¡No tengamos jamás semejante locura! Y,
sin embargo de ello, se diría que podíamos tenerla, ya que el Apóstol, a
continuación de sus avisos sobre la mortificación de las pasiones, nos hace la
recomendación de evitar la vanagloria. En efecto, nunca estaremos totalmente
seguros en esta parte mientras la humillación física que inflijamos al cuerpo
no tenga en nosotros como principio la humillación consciente del alma ante su
miseria. También los antiguos filósofos tenían sus máximas acerca del dominio
de los sentidos; y la práctica de estas célebres máximas era escalón de que se
valía su orgullo para alzarse hasta los cielos. Es que, en esto, estaban muy
lejos de los sentimientos de nuestros padres en la fe, los cuales, en cilicio y
postrados en tierra clamaban en lo íntimo de su corazón: “Ten compasión de mí,
oh Dios, conforme a tu gran misericordia; porque fui concebido en la iniquidad
y mi pecado está siempre ante mí”.
LAS OBRAS DE LA CARNE
Castigar por vanidad el
cuerpo, ¿qué otra cosa es sino lo que San Pablo llama hoy “sembrar en la carne”
para recoger en lo porvenir, es decir, en el día de la manifestación de los
pensamientos de los corazones no la gloria y la vida, mas la confusión y la
vergüenza eterna? Entre las obras de la carne enumeradas en la Epístola
precedente se encuentra, en efecto, no sólo los actos impuros, sino también las
disputas, las disensiones, las envidias4, pero ordinariamente nacen de esta
vanagloria, en la que quiere el Apóstol que reparemos en este momento. La
reproducción de estos actos detestables sería una señal bastante segura de que
la savia de la gracia había cedido el lugar a la fermentación del pecado en
nuestras almas, y en este caso, otra vez esclavos, caeríamos debajo de la ley y
sus terribles sanciones. De Dios no se mofa nadie; la confianza que da
justamente la fidelidad’ sobreabundante del amor a todo el que vive del Espíritu,
no pasaría de ser, en estas condiciones, una falsificación hipócrita de la
santa libertad de los hijos del Altísimo. Sólo son hijos suyos los que son
guiados del Espíritu Santo en la caridad; los demás son hijos de la carne y no
pueden agradar a Dios.
LA CARIDAD FRATERNA
Por el contrario, si
queremos una señal cierta de que estamos unidos a Dios, seamos indulgentes con
nuestros hermanos considerando nuestra propia miseria, en vez de tomar ocasión
de sus defectos y faltas para envanecernos; si caen, tendámosles una mano caritativa
y discreta; llevemos mutuamente nuestras cargas en el camino de la vida, y
entonces, habiendo cumplido la ley de Cristo, sabremos que estamos en él y él
en nosotros.
Estas inefables palabras,
que usó Jesús para indicar su futura intimidad con todo el que comiese la carne
del Hijo del Hombre y bebiese su sangre en el banquete divino, San Juan, que
las refiere, las cita palabra por palabra en sus Epístolas para aplicarlas a
los que observan en el Espíritu Santo el mandamiento del amor de los hermanos.
¡Ojalá resuene siempre en
nuestros oídos esta palabra del Apóstol: Mientras tenemos tiempo, hagamos el
bien a todos! Porque llegará el día, y no está lejos, en que el ángel del libro
misterioso dejará oír su voz en el espacio y, con la mano levantada al cielo,
jurará por Aquel que vive en los siglos sin fln que el tiempo ha terminado \ Y
entonces el hombre recogerá con alegría lo que había sembrado con lágrimas-;
como no se cansó de obrar el bien en las regiones oscuras del destierro, menos
se cansará todavía de cosechar sin fln en la clara luz del día de la eternidad.
Al cantar el Gradual,
pensemos que, si la alabanza agrada al Señor, es a condición de que salga de un
alma donde reine la armonía de las virtudes. La vida cristiana, ajustada a los
diez mandamientos, es el salterio de diez cuerdas, de donde el Espíritu Santo,
que es el dedo de Dios, hace subir hacia el Esposo acordes que arroban su
corazón.
GRADUAL
Es bueno alabar al Señor:
y salmodiar a tu nombre, oh Altísimo. v. Para aclamar por la mañana tu
misericordia, y tu verdad por la noche.
Aleluya, aleluya. V.
Porque el Señor es un Dios grande, es el Rey de toda la tierra. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San
Lucas (Luc., VII, 11-16).
En aquel tiempo iba Jesús a una ciudad, que se llama
Naím: e iban con El sus discípulos y mucho gentío. Y, al acercarse a la puerta
de la ciudad, he aquí que sacaban a un difunto, hijo único de su madre: y ésta
era viuda: y venía con ella mucha gente de la ciudad. Cuando la vió el Señor, movido
de piedad hacia ella, la dijo: No llores. Y se acercó, y tocó el féretro. (Y se
detuvieron los que lo llevaban.) Y dijo: Joven, yo te lo mando: levántate. Y se
incorporó el que estaba muerto, y comenzó a hablar. Y se lo dió a su madre. Y
se apoderó de todos el temor: y alabaron a Dios, diciendo: Un gran profeta ha
surgido entre nosotros: y Dios ha visitado a su pueblo.
LA MUERTE ESPIRITUAL
Comentando este
Evangelio, nos dice San Agustín en la homilía que se lee esta misma noche en
Maitines: “Si la resurrección de este joven colma de alegría a la viuda, su
madre, nuestra Madre la Santa Iglesia se regocija también todos los días al ver
resucitar espiritualmente a los hombres. El hijo de la viuda había muerto de
muerte corporal; éstos habían muerto en el alma. Visiblemente, empero, se
lloraba la muerte visible del primero, mientras que ni siquiera se advertía la
muerte invisible de estos últimos.
“Nuestro Señor Jesucristo
quería que los milagros que obraba en los cuerpos se interpretasen en un
sentido espiritual. No hacía milagros por sólo hacer milagros, sino que deseaba
que, al excitar la admiración de los que los veían, a la vez estuviesen llenos
de verdad para los que comprendían el sentido. Los que fueron testigos oculares
de los milagros de Jesucristo, sin comprender su significado, sin penetrar lo
que ellos dicen a las almas ilustradas, estos tales sólo han admirado el hecho
material del milagro; pero otros han admirado a la vez los hechos y han
comprendido su significado. De éstos debemos ser nosotros en la escuela de
Jesucristo…
“Escuchémosle, pues, y el
fruto sea éste: en los que viven, conservar solícitamente la vida, y en los que
están muertos, recobrarla lo más pronto posible” .
EL BUEN CELO
Cristianos preservados de
la defección por la misericordia del Señor, a nosotros nos toca tomar parte en
las angustias de la Iglesia y ayudar en todo las diligencias de su celo para
salvar a nuestros hermanos. No basta no ser de los hijos insensatos que son el
dolor de su madre y deshonran el seno que los llevó. Aunque no supiésemos por
el Espíritu Santo que honrar a su madre es atesorar el solo recuerdo de lo que
la costó nuestro nacimiento, nos induciría a no perder ocasión de enjugar sus
lágrimas. La Iglesia es la Esposa del Verbo, a cuyas bodas aspiran también
nuestras almas; si es cierto que esa unión es la nuestra igualmente, lo debemos
probar, como la Iglesia, manifestando en nuestras obras el único pensamiento,
el único amor que comunica el Esposo en sus intimidades, porque no tiene otro
en su corazón: el pensamiento de restaurar en el mundo la gloria de su Padre,
el amor de salvar a los pecadores.
En el Ofertorio cantamos con la Iglesia sus
esperanzas cumplidas; no quede nunca muda nuestra boca ante los beneficios del
Señor.
OFERTORIO
Esperé con paciencia al Señor, y me miró: y oyó mi
súplica: y puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.
En la Secreta nos ponemos al amparo
omnipotente de los divinos misterios.
SECRETA
Guárdennos, Señor, tus misterios; y nos defiendan siempre
contra las incursiones diabólicas. Por Nuestro Señor Jesucristo.
En Jesús todo es vida y fuente de vida. Su
palabra hizo volver de la muerte al hijo de la viuda de Naím; su carne es la
vida del mundo en el pan consagrado, como canta la Antífona de la Comunión.
COMUNIÓN. — REALIZAR LA COMUNIÓN ESPIRITUAL,
VERDADERA COMUNIÓN [1]
El pan que yo daré, es mi
carne por la vida del mundo.
No será perfecta en
nosotros la unión divina mientras el misterio de amor no domine de tal forma
nuestras almas y nuestros cuerpos, que sean plena posesión suya y no encuentren
ya su dirección más que en El y no en la naturaleza.
Esto lo explica y lo pide la Poscomunión.
POSCOMUNIÓN
Suplicárnoste, Señor, hagas que la virtud de este don
celestial posea nuestras almas y nuestros cuerpos: para que no domine en
nosotros nuestro sentido, sino que siempre nos prevenga su efecto. Por Nuestro Señor
Jesucristo.
—
DOM PRÓSPERO GUÉRANGER, El Año Litúrgico, Primera Edición Española Traducida Y
Adaptada Para Los Países Hispano-Americanos Por Los Monjes De Santo Domingo De
Silos.
NIHIL
OBSTAT: F.R. FRANCISCVS SÁNCHEZ. 0. S. H. Censor ordinis.
IMPRIMATVR:
P. ISAAC M. TORIBIOS, Abbas Silensis, Ex Monasterio Sancti Dominici de Silos,
die 7.I.1953
[1] COMUNIÓN ESPIRITUAL, VERDADERA COMUNIÓN: https://www.facebook.com/photo?fbid=381902818003537&set=a.235028616024292
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