DOMINGO XX DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
DOMINGO XX DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS
MISA
QUE SOLO PUEDE SER
OFICIADA SEGÚN LAS RÚBRICAS DE LA IGLESIA, QUE CONDENAN EL ACCIONAR IRREGULAR Y
ACATÓLICO DE CONCILIARES DEL VATICANO II, THUCISTAS Y LEFEBVRISTAS
JUDÍOS Y GENTILES
El Evangelio de hace ocho
días tenía por objeto la promulgación de las bodas entre el Hijo de Dios y el
género humano. La realización de estas bodas sagradas es el fin que Dios se
propuso en la creación del mundo visible, y el único que intenta en el gobierno
de las sociedades. Por tanto, no debe admirarnos que la parábola evangélica, al
revelarnos el pensamiento divino sobre este punto, haya puesto en claro también
el gran hecho de la reprobación de los judíos y de la vocación de los gentiles,
que es a la vez el más importante de la historia del mundo y el más íntimamente
ligado a la consumación del misterio de la unión divina.
Pero la exclusión de Judá
ha de cesar un día. Su obstinación fue el motivo de que a los gentiles se
dirigiese el mensaje de amor. Hoy todas las naciones[1] han oído la invitación
celestial; ya falta poco para completar a la Iglesia en sus miembros con la
entrada de Israel, y para dar a la Esposa la señal de la llamada suprema que
pondrá fin al largo trabajo de siglos[2], haciendo aparecer al Esposo[3]. La
envidia santa que quería despertar el Apóstol en los hombres de su raza al
dirigirse hacia las naciones[4], se dejará sentir en el corazón de los
descendientes de Jacob. ¡Qué alegría en el cielo al ver que su voz arrepentida
y suplicante se une en presencia de Dios a los cantos de alegría de la
gentilidad, que celebra la entrada de sus pueblos innumerables en la sala del
banquete divino! Semejante concierto será en verdad el preludio del gran día
que ya de antemano saludaba San Pablo, al decir a los judíos en su entusiasmo
patriótico: Si su caída fue la riqueza del mundo y su mengua la riqueza de los
gentiles, ¿qué será su plenitud?[5]
La misa del Domingo
vigésimo después de Pentecostés nos permite gustar por anticipado ese momento
feliz, en que el nuevo pueblo no estará ya solo para cantar reconocido los
favores de Dios. Están concordes los antiguos liturgistas en afirmar que
componen la misa, por partes iguales, los acentos de los profetas de que se
sirve Jacob para expresar su arrepentimiento y merecer nuevamente los
beneficios divinos, y fórmulas inspiradas por las que exhalan su amor las
naciones que ya tienen su puesto en la sala del festín de las bodas.
En el Gradual y en la
Comunión oímos al coro de los Gentiles, y al coro de los judíos en el Introito
y el Ofertorio.
El Introito está sacado
de Daniel[6]. El profeta desterrado con su pueblo en Babilonia, en un
cautiverio cuyos largos padecimientos fueron figura de los dolores de distinta
manera prolongados en la peregrinación actual de la vida, vuelve a gemir con
Judá en tierra extranjera y comunica a sus compatriotas el gran secreto de la
reconciliación con el Señor. Este secreto lo desconoció Israel después del
drama del Calvario, pero, en los siglos anteriores de su historia, había tenido
de él noticias muy claras y había sentido muchas veces también los saludables
efectos. Consiste, como siempre, en el humilde reconocimiento de las faltas
cometidas, en el pesar suplicante del culpable y en la confianza firme de que
la misericordia infinita sobrepuja a los crímenes más enormes.
INTROITO
Todo lo que has hecho con nosotros, Señor, lo has hecho
con justo juicio: porque hemos pecado contra ti y no hemos obedecido tus
mandatos: pero da gloria a tu nombre y haz con nosotros según tu gran
misericordia. — Salmo: Bienaventurados los puros en su camino: los que andan en
la ley del Señor. V. Gloria al Padre.
El perdón divino, que
devuelve al alma la pureza y la paz, es como el preliminar indispensable de las
bodas sagradas; la veste nupcial de los convidados debe estar sin mancha so
pena de ser excluido, y su corazón sin inquietudes, para no llegarse a la mesa
del Esposo con tristeza.
Imploremos este perdón
inestimable, que el Señor nos concederá de buen grado pidiéndoselo por
intercesión de su Esposa la Santa Madre Iglesia.
COLECTA
Suplicámoste, Señor,
concedas benigno a tus fieles el perdón y la paz: para que se purifiquen de
todos sus pecados y, a la vez, te sirvan con un corazón tranquilo. Por Nuestro
Señor Jesucristo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola
del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef., V, 15-21).
Hermanos: Cuidaos de caminar cautamente: no como necios,
sino como sabios, redimiendo el tiempo, porque los días son malos. Por tanto,
no seáis imprudentes, sino inteligentes, averiguando cuál sea la voluntad de
Dios. Y no os embriaguéis con vino, en el cual está la lujuria: sino henchíos
del Espíritu Santo, hablando entre vosotros con salmos e himnos y cánticos
espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones: dando siempre
gracias por todo, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a Dios Padre.
Sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo.
El acercarse la
consumación de las bodas del Hijo de Dios coincidirá aquí en la tierra con un
aumento de la furia del infierno para perder a la Esposa. El dragón del
Apocalipsis[7] desencadenará todas las pasiones para arrastrar en su empuje a
la verdadera madre de los vivientes. Pero será impotente para mancillar el
pacto de la alianza eterna y, sin fuerzas ya contra la Iglesia, dirigirá sus
iras contra los últimos hijos de la nueva Eva, a quienes está reservado el
honor peligroso de las luchas supremas descritas por el profeta de Patmos[8].
INTEGRIDAD DE LA DOCTRINA
Entonces sobre todo, los
cristianos fieles deberán recordar los consejos del Apóstol y portarse con la
circunspección que nos recomienda, poniendo sumo cuidado en conservar pura su
inteligencia no menos que su voluntad, en estos días malos. Porque para entonces,
la luz no sólo tendrá que resistir los asaltos de los hijos de las tinieblas,
que hacen ostentación de sus doctrinas perversas, sino que tal vez se amortigüe
y adultere por culpa de las flaquezas de los hijos de la luz en el terreno de
los principios, por las tergiversaciones, transacciones y humana prudencia de
los que se tienen por sabios. Muchos parecerá que ignoran prácticamente que la
Esposa del Hombre-Dios no puede sucumbir al choque de fuerza alguna creada. Si
recuerdan que Cristo se comprometió a defender a su Iglesia hasta el fin del
mundo[9], no dejarán de creer que hacen una obra admirable al proporcionar a la
buena causa la ayuda de una política de concesiones que no siempre se pesan
suficientemente en la balanza del santuario: sin contar que el Señor no
necesita de habilidades torcidas para ayudarle a cumplir su promesa; y no se
necesita decir sobre todo, que la cooperación que se digna aceptar de los suyos
en defensa de los derechos de la Iglesia, no puede consistir en el menoscabo u
ocultación de las verdades que constituyen la fuerza y la belleza de la Esposa.
¡Cuántos olvidarán la máxima de San Pablo escribiendo a los Romanos, que
acomodarse a este mundo, buscar una adaptación imposible del Evangelio a un
mundo descristianizado, no es medio para llegar a distinguir de modo seguro lo
bueno, lo mejor, lo perfecto a los ojos del Señor[10]! En muchas circunstancias
de estos malhadados tiempos, será también un mérito grande y raro, comprender
únicamente cuál es la voluntad de Dios, como lo dice nuestra Epístola.
Cuidad, diría San Juan,
de no perder el fruto de vuestras obras; aseguraos la total recompensa que sólo
se concede a la plenitud constante de la doctrina y de la fe[11]. Por lo demás,
entonces como siempre, según la palabra del Espíritu Santo, la sencillez de los
justos los guiará de un modo seguro[12]; la Sabiduría les concederá la
humildad.
REDIMIR EL TIEMPO
El único afán de los
justos será, pues, acercarse más y más siempre a su Amado mediante una
semejanza cada vez mayor con El, es decir, por una reproducción más acabada de
la verdad en sus palabras y acciones. Y en esto servirán a la sociedad, como se
debe, poniendo en práctica el consejo del Señor, que nos pide buscar primero el
reino de Dios y su justicia, y en lo demás confiarnos a Él[13]. Interpretarán
para su uso de distinta manera el consejo que nos da el Apóstol de redimir el
tiempo dejando a otros la búsqueda de combinaciones humanas y complicadas, de
compromisos inciertos, que en el plan de sus autores están ordenados a retrasar
algunas semanas, algunos meses acaso, la ola ascendente de la revolución.
El Esposo compró el
tiempo a precio muy alto para que sus miembros místicos lo empleasen en la
glorificación del Altísimo. La multitud le perdió descarriada en la rebeldía y
en los placeres, y las almas fieles le redimieron poniendo tal intensidad en
los actos de su fe y de su amor, que, si ello es posible, no decreciese hasta
el último instante el tributo que ofrecía todos los días la tierra a la Suma
Trinidad. Contra la bestia de boca insolente y llena de blasfemias[14], ellos
se apropiarán el grito de Miguel frente a Satanás, impulsor de la bestia[15]:
¿Quién como Dios?
El pueblo antiguo cantó,
en el Introito, su arrepentimiento y su humilde confianza. Los Gentiles, en el
Gradual, cantan sus esperanzas sobradamente cumplidas en las delicias del
banquete nupcial.
GRADUAL
Los ojos de todos están
fijos en ti. Señor: y tú das a todos el sustento en tiempo oportuno. V. Abres
tu mano: y llenas de bendición a todo viviente.
Aleluya, aleluya. V. Preparado está mi corazón, oh Dios,
preparado está mi corazón: te cantaré y entonaré salmos a ti, gloria mía.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo
Evangelio, según San Juan (Jn., IV, 46-53).
En aquel tiempo había un régulo cuyo hijo estaba enfermo
en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús venía de Judea a Galilea, fue a él y le
rogó que bajase, y curase a su hijo, que comenzaba a morirse. Díjole entonces
Jesús: Si no viereis milagros y prodigios, no creéis. Díjole el régulo: Señor,
baja antes de que muera mi hijo. Díjole Jesús: Vete, tu hijo vive. Creyó el
hombre lo que le dijo Jesús, y se fue. Cuando ya bajaba, le salieron al
encuentro los siervos y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó la hora
en que había mejorado. Y le dijeron: Ayer, a las siete, le dejó la fiebre. Y
vio el padre que era la misma hora en que le había dicho Jesús: Tu hijo vive: y
creyó él y toda su casa.
El Evangelio se toma hoy
de San Juan, y es la primera y la única vez en todo el curso de los Domingos
después de Pentecostés. Del Oficial de Cafarnaúm recibe el nombre este vigésimo
Domingo. La Iglesia le ha escogido porque no deja de haber cierta relación
misteriosa en el estado del mundo, con los tiempos a que se refieren
proféticamente los últimos días del ciclo litúrgico.
EL MUNDO ENFERMO
El mundo va camino de su
fin y empieza también a morir. Minado por la fiebre de las pasiones en Cafarnaúm,
la ciudad del lucro y de los placeres, no tiene ya fuerzas para ir por sí mismo
ante el médico que podría curarle. Su padre, los pastores que le han engendrado
por el bautismo a la vida de la gracia, los que gobiernan al pueblo cristiano
como oficiales de la santa Iglesia, son los que tienen que presentarse ante el
Señor a pedirle la salud del enfermo. El discípulo amado nos hace saber, al
principio de su relato[16], que encontraron a Jesús en Caná, la ciudad de las
bodas y de la manifestación de su gloria en el banquete nupcial[17]; el
Hombre-Dios reside en el cielo desde que abandonó nuestra tierra, y dejó a sus
discípulos, huérfanos del Esposo, ejercitarse por algún tiempo en la tierra de
la penitencia.
EL REMEDIO
El único remedio está en
el celo de los pastores y en la oración de la porción del rebaño de Cristo que
no se ha dejado arrastrar por las seducciones del libertinaje universal. Pero
¡cuánto importa que fieles y pastores, sin rodeos personales, entren de lleno
sobre este punto en los sentimientos de la santa Iglesia! A pesar de la
ingratitud más insultante de las injusticias, calumnias y perfidias de todo
género, la madre de los pueblos olvida sus injurias para pensar sólo en la
saludable prosperidad y en la salvación de las naciones que la insultan; ruega
como lo hizo siempre y con más ardor que nunca, para que tarde en llegar el
fin, pro mora finis[18].
EL PODER DE LA ORACIÓN
Para responder a su
pensamiento, "juntémonos, pues, como dice Tertuliano, en un solo
regimiento, en una sola asamblea para ir al encuentro de Dios y sitiarle con
nuestras oraciones como con un ejército. Le agrada esta violencia". Pero a
condición de que se base en una fe íntegra y que no vacile por nada. Si nuestra
fe nos da la victoria sobre el mundo[19], ella es también la que triunfa de
Dios en los casos más peligrosos y desesperados. Pensemos, como la Iglesia,
nuestra Madre, en el peligro inminente de tantos desgraciados. No tienen
disculpa, ciertamente: el último Domingo se les recordaba otra vez los llantos
y el crujir de dientes que en las tinieblas exteriores están reservados a los
despreciadores de las bodas sagradas[20]. Pero son hermanos nuestros y no
debemos conformarnos tan fácilmente con la pena de su pérdida. Esperemos contra
toda esperanza. El Hombre-Dios, que sabía con ciencia cierta la inevitable
condenación de los pecadores empedernidos, ¿no derramó también por ellos toda
su sangre? Queremos merecer el unirnos a Él por una semejanza completa.
Resolvámonos, pues, a imitarle también en esto, en la medida que podamos;
roguemos sin tregua ni reposo por los enemigos de la Iglesia y por los nuestros
mientras su condenación no sea un hecho consumado. En este orden de cosas, todo
es útil, nada se pierde. Suceda lo que sucediere, el Señor será glorificado por
nuestra fe y por el ardor de nuestra caridad.
Pongamos todo nuestro
esmero únicamente en no merecer los reproches que dirigía a la fe incompleta de
la generación de que formaba parte el oficial de Cafarnaúm. Sabemos que no
necesita bajar del cielo a la tierra para dar su eficacia a las órdenes emanadas
de su voluntad misericordiosa. Si tiene a bien multiplicar los milagros y los
prodigios en nuestro derredor, le quedaremos agradecidos por nuestros hermanos
más flacos en la fe: de aquí debemos tomar ocasión para ensalzar su gloria,
pero afirmando que nuestra alma no necesita ya para creer en El de las
manifestaciones de su poder. El antiguo pueblo, arrastrando su merecida
desdicha a través de todas las tierras lejanas, vuelve hoy en el Ofertorio a
sentimientos de penitencia y canta ahora con la Iglesia su admirable Salmo 136,
que superó siempre a todo canto de destierro de cualquier lengua.
OFERTORIO
Junto a los ríos de
Babilonia nos sentamos y lloramos, al acordarnos de ti, Sión.
Todo el poder de Dios,
que cura con una palabra las almas y los cuerpos, reside en los Misterios
preparados sobre el altar. Pidamos, en la Secreta, que su virtud obre en
nuestros corazones.
SECRETA
Suplicámoste, Señor,
hagas que estos Misterios nos sirvan de medicina celestial y purifiquen los
vicios de nuestro corazón. Por Nuestro Señor Jesucristo.
La palabra que nos
recuerda la antífona de la Comunión y que sirvió para levantar al hombre
abismado en su miseria, es la del Evangelio del banquete divino: ¡Venid a las
bodas! Pero el hombre, deificado ya por su participación aquí abajo en el
Misterio de la fe, aspira a la perfección eterna de la unión en el mediodía de
la gloria.
COMUNIÓN. — REALIZAR LA COMUNIÓN ESPIRITUAL, VERDADERA COMUNIÓN
[01]
Acuérdate, Señor, de la promesa hecha a tu siervo, con la
cual me diste esperanza: ésta es la que me ha consolado en mi humillación.
Como lo expresa la
Poscomunión la mejor preparación que puede llevar el cristiano a la santa mesa
es una fidelidad constante en observar los divinos mandamientos.
POSCOMUNIÓN
Para que seamos dignos, Señor, de estos sagrados dones,
haz, te suplicamos, que obedezcamos siempre tus mandatos. Por Nuestro Señor
Jesucristo.
— DOM PRÓSPERO GUÉRANGER, El Año Litúrgico, Primera Edición
Española Traducida Y Adaptada Para Los Países Hispano-Americanos Por Los Monjes
De Santo Domingo De Silos.
NIHIL OBSTAT: F.R. FRANCISCVS SÁNCHEZ. 0. S. H. Censor ordinis.
IMPRIMATVR: P. ISAAC M. TORIBIOS, Abbas Silensis, Ex Monasterio
Sancti Dominici de Silos, die 7.I.1953
Notas
[01] COMUNIÓN ESPIRITUAL,
VERDADERA COMUNIÓN: https://www.facebook.com/photo?fbid=381902818003537&set=a.235028616024292
[1] Romanos XI, 25-26.
[2] Ibid VIII, 22.
[3] Apocalipsis XXII, 17.
[4] Romanos XI, 13-14.
[5] Romanos XI, 12.
[6] Daniel III.
[7] Apocalipsis XII, 9.
[8] Ibid XII, 17.
[9] San Mateo XXVIII, 20.
[10] Romanos XII, 2.
[11] II San Juan, 8-9.
[12] Proverbios XI, 3
[13] Proverbios XI, 2.
[14] Apocalipsis XIII,
5-6.
[15] Apocalipsis 2.
[16] San Juan IV, 46.
[17] Ibid. II, 2.
[18] Tertuliano, Apol., XXXIX.
[19] I San Juan V, 4.
[20] San Mateo XXII, 13.
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