TERCER DOMINGO DESPÚES DE PASCUA
TERCER
DOMINGO DESPÚES DE PASCUA
LA DIGNIDAD DEL PUEBLO
CRISTIANO. — Nada más grande ni más elevado sobre la tierra que los príncipes
de la Santa Iglesia, que los Pastores establecidos por el Hijo de Dios, y cuya
sucesión durará tanto como el mundo; pero no creamos que los súbditos de este
vasto imperio que se llama Iglesia no tengan también su dignidad y su grandeza.
El pueblo cristiano, en el seno del cual se confunden, en una igualdad
completa, el príncipe y el simple particular, sobrepuja en esplendor y en valor
moral a todo el resto de la humanidad. Penetra por doquiera que se extienda la
verdadera civilización; pues lleva por todas partes la verdadera noción de Dios
y del fin sobrenatural del hombre. Ante él la barbarie retrocede, las
instituciones paganas, por antiguas que sean, se borran; y hasta vio un día a
la civilización griega y romana rendirle armas, y al derecho cristiano emanado
del Evangelio sobreponerse por sí mismo al derecho de los pueblos gentiles.
Numerosos hechos han mostrado la superioridad que el bautismo imprime a las
razas cristianas; porque sería irracional el pretender encontrar la causa primera
de esta superioridad en nuestra civilización, puesto que esta misma civilización
no ha sido más que el producto del bautismo.
LA UNIDAD DE FE. —
Pero si la grandeza del pueblo cristiano es tal que ejerce su prestigio exterior
hasta sobre los mismos infieles ¿qué diremos de la que la fe nos revela en él
El Apóstol San Pedro, el Pastor universal en cuyas manos acabamos de ver al
divino Pastor depositar las llaves, definió así al rebaño a quien está encargado
apacentar: "Vosotros sois, les dijo, la raza escogida, el sacerdocio real,
la nación santa, el pueblo escogido, encargado de publicar las grandezas de
Aquel que os ha llamado del seno de las tinieblas a su admirable luz." (I
S. Pedro, 11, 9.)
En efecto, en el seno
de ese pueblo se conserva la verdad divina, que no podía extinguirse en él.
Cuando la autoridad docente debe proclamar, en su infalibilidad, una decisión
solemne en materia de doctrina, hace primero una llamada a la fe del pueblo
cristiano y la sentencia declara inviolable lo que ha sido creído "en
todos los lugares, en todos los tiempos y por todos". (S. Vicente de
Lerius, "commonitorium".) En el pueblo cristiano reside este
principio admirable de fraternidad de las inteligencias, en cuya virtud encontráis
la misma creencia en las razas más diversas, por más hostiles que sean las unas
para con las otras; en lo referente a la fe y a la sumisión a los Pastores, no
hay más que un solo pueblo. En el seno de este pueblo florecen las más
perfectas las virtudes y a veces las más heroicas; pues es el depositario, en
gran parte, del elemento de santidad que Jesús ha derramado con su gracia en la
naturaleza humana.
EL TESTIMONIO DEL
AMOR.— Ved también con qué amor le protegen y le honran los Pastores. En todos
los grados de la jerarquía va unido el deber de dar su vida por el rebaño. Este
sacrificio del Pastor por sus ovejas no es verdadero heroísmo; es deber
estricto. ¡Vergüenza y maldición aquel que retrocede!, el Redentor le señala
con el nombre de mercenario. Pero también, ¡qué bello y qué innumerable este
ejército de Pastores que, desde hace diez y nueve siglos, han dado su vida por
el rebaño! No hay una página de los anales de la Iglesia en que no
resplandezcan sus nombres, desde el de Pedro, crucificado como su Maestro,
hasta los de esos Obispos de Cochinchina, de Tonkín, de Rusia y de España cuyos
recientes martirios han venido a advertirnos que el Pastor no ha cesado de
considerarse como víctima por el rebaño. Veamos también cómo antes de confiar
sus corderos y sus ovejas a Pedro, Jesús quiere ante todo asegurarse si le ama
más que los otros. Si Pedro ama a su Maestro, amará a las ovejas de su Maestro,
y sabrá amarlas hasta dar su vida por ellas. Es la advertencia que le da el
Salvador que, después de haberle confiado el rebaño entero, termina
prediciéndole el martirio. ¡Dichoso pueblo aquel cuyos jefes no ejercen el
poder más que a condición de estar prestos a derramar por él toda su sangre!
LAS SEÑALES DE
RESPETO. — ¡Con qué respeto y qué consideración tratan los Pastores a estos rebaños
de su Maestro! Si una de ellas llega a señalar en su vida los caracteres que
denotan la santidad, hasta el punto de merecer ser propuesta a la sociedad cristiana
como modelo y como intercesor, veréis entonces, no solamente al Sacerdote cuya
palabra trae al Hijo de Dios al altar, no solamente al Obispo cuyas manos
sagradas tienen el báculo pastoral, sino al Vicario mismo de Cristo,
humildemente arrodillados ante el sepulcro en que la imagen del servidor o de
la sierva de Dios por humilde que haya sido su rango, por débil que haya sido
su sexo sobre la tierra. El sacerdocio jerárquico testificará este respeto por
las ovejas de Cristo, aún con niño bautizado cuya lengua no se ha desatado aún,
que no es contado en el Estado entre los ciudadanos, que tal vez antes de
acabar el día sería ajado como la flor de los campos. El Pastor reconoce en él
a un miembro digno del honor de pertenecer a ese cuerpo de Jesucristo que es la
Iglesia, un ser" colmado de dones sublimes que hacen de él el objeto de
las complacencias del cielo y la bendición de todos los que le rodean. Cuando
el templo santo ha reunido la asamblea de fieles y el incienso se ha quemado
sobre la oblata y alrededor del altar, el celebrante que ofrece el Sacrificio
recibe el homenaje de este perfume misterioso que honra en él al representante
de Cristo; el colegio sacerdotal ve avanzar enseguida hacia sí al turiferario,
que viene a rendir honor a los que están señalados por el carácter sagrado;
pero el incienso no se detiene en el santuario.
He aquí que el
turiferario viene a colocarse en frente del pueblo fiel, y le concede en nombre
de la Iglesia este mismo homenaje que hemos visto tributar al Pontífice y a los
sacerdotes; pues el pueblo fiel está también en Cristo. Más aún, cuando el
despojo mortal del cristiano, aunque haya sido el más pobre entre sus hermanos,
es traído a la casa de Dios para recibir las honras fúnebres, esas mismas
honras fúnebres son un homenaje. El incensario recorre aún sus miembros
inanimados; hasta tal punto la Iglesia trata de reconocer y de honrar hasta el
último momento el carácter divino que la fe le hace ver hasta en el más humilde
de sus hijos. ¡Oh pueblo cristiano! ¡qué justo es decir de ti, y con mcha más
razón, lo que Moisés decía de su Israel: "No, no hay nación tan grande y
tan colmada de honor!" (Deut., IV, 7.)
El Tercer Domingo
después de Pascua lleva, en la Iglesia griega, el nombre de "Domingo del
Paralítico", porque se celebra de un modo particular la conmemoración del
milagro que nues[1]tro
Señor obró en la Piscina Probática.
MISA
QUE SOLO PUEDE SER
OFICIADA SEGÚN LAS RÚBRICAS DE LA IGLESIA, QUE CONDENAN EL ACCIONAR IRREGULAR Y
ACATÓLICO DE CONCILIARES DEL VATICANO II, THUCISTAS Y LEFEBVRISTAS
El Introito es un
himno triunfal que invita a toda la Creación a la alegría y a la acción de
gracias.
INTROITO
Canta jubilosa a Dios,
tierra toda, aleluya: decid un salmo a su nombre, aleluya: glorificad su
alabanza, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Decid a Dios: ¡Cuán terribles son
tus obras, Señor! En la grandeza de tu poder se engañarán tus enemigos. V/.
Gloria al Padre.
La Colecta recuerda la alta dignidad de la
vocación cristiana. La Eucaristía sacrificio-sacramento nos obtendrá la gracia
de ser fieles rechazando todo lo que es contrario a nuestro bautismo y
practicando lo que le es conforme.
COLECTA
Oh Dios, que muestras,
a los que yerran, la luz de tu verdad, para que puedan tornar al camino de la
justicia: da, a todos los que hacen profesión de cristianos, la gracia de
rechazar lo que se opone a ese nombre, y de seguir lo que concuerda con él. Por
Cristo Nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro.
Carísimos: Os ruego
que, como extranjeros y peregrinos, os abstengáis de los deseos carnales, que
militan contra el alma, viviendo honradamente entre las gentes: para que, ya
que os consideran como malhechores, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a
Dios el día de la visitación. Estad, pues, sumisos a toda criatura humana por
Dios: ya al rey, como jefe: ya a los caudillos, como enviados por él para
castigo de los malhechores y alabanza de los buenos: porque es voluntad de Dios
que, obrando el bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres imprudentes:
(obrad) como libres, y no como teniendo la libertad por velo de la malicia,
sino como siervos de Dios. Honrad a todos: amad la fraternidad: temed a Dios:
Honrad al rey. Siervos, someteos con todo temor a los amos, no sólo a los
buenos y modestos, sino también a los díscolos. Porque esto es lo grato (a Dios)
en nuestro Señor Jesucristo.
LOS DEBERES DEL
CRISTIANO. — El deber de santificarse se resuelve en las obligaciones concretas
y adaptada s a la situación social actual de cada uno. La razón de insistir es
la formulad a por S. Pedro: el cristiano es como extraño y peregrino en el mundo
no conquistado par a el Evangelio. Es preciso lucha r contra las fuerza s del
pecado que se insinúan hasta en nosotros mismos, y guardar, en medio de los
gentiles que se abandonan, a él, una conducta ejemplar digna de respeto y
estima. "Este apostolado del buen ejemplo dicta, desde luego, a los
cristianos su actitud "frente" a las instituciones humanas... su
deber social se resume en cuatro frases cortas que son otras tantas normas
directrices de la vida: 1." tratar a todos los hombres con el respeto
debido a su dignidad de hombres: 2." amar a los que son nuestros hermanos
en la fe: 3.° temer a Dios con ese temor que es el principio de la verdadera
sabiduría y el contra-peso de la orgullosa confianza en sí: 4.° reverenciar la
autoridad real dando al César lo que es del César. "En fin, el pensamiento
de la fe hará que los sirvientes respeten y obedezcan a sus señores, y esta
obediencia cristiana les hará merecedores del favor divino." (A. Charue,
"Las Epístolas Católicas", p. 455.)
Realizaremos este
ideal del cristiano gracias a la Redención siempre presente en el altar. Cada
día nos recordará ella que el cristiano, siendo otro Cristo, debe sufrir como
El para entrar en la gloria, y ella nos dará fuerzas para semejarnos a Él.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. V/.
El Señor envió la redención a su pueblo. Aleluya. V/. Convenía que Cristo
sufriera, y resucitara de entre los muertos: y entrara así en su gloría.
Aleluya
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San
Juan.
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: U n poco, y ya no me veréis: y otro poco, y me veréis:
porque voy al Padre. Dijéronse entonces los discípulos entre sí: ¿Qué es eso
que nos dice: Un poco, y no me veréis: y otro poco, y me veréis, y: Porque voy
al Padre? Dijeron, pues: ¿Qué es eso que nos dice: Un poco? No sabemos lo que
habla. Y conoció Jesús que querían preguntarle, y díjoles: ¿Preguntáis entre
vosotros qué es lo que dije: Un poco, y no me veréis y otro poco, y me veréis?
En verdad, en verdad os digo: Que lloraréis y gemiréis vosotros, pero el mundo
se gozará; y vosotros os contristaréis, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo. La mujer, cuando pare, tiene tristeza, porque llega su hora; pero, cuando
ha parido al niño, ya no se acuerda del apuro, por el gozo de haber nacido un
hombre en el mundo. También vosotros tenéis ciertamente tristeza ahora, pero os
veré otra vez, y se gozará vuestro corazón: y nadie os quitará vuestro gozo.
CONFIANZA EN LA
PRUEBA. — "El Señor debía alejarse; pero sus palabra s parecían contradictorias
a los Apóstoles. ¿Cómo iba a estar al mismo tiempo con su Padre y con ellos?
Jesús, que leía los pensamientos (en las almas), comprendió la ansiedad de los
suyos. Sin duda, al habla r así, pensaba en el alejamiento momentáneo de la
pasión y en la alegría de la Resurrección. Pero esta desaparición y esta vuelta
eran, a sus ojos, el símbolo de otra vuelta; la partida hacia su Padre, en la
Ascensión, y la reunión con sus discípulos, en la eternidad. Mientras tanto,
los discípulos tendrán que trabajar y sembrar en las lágrimas, en ausencia de
su Maestro. ¿Qué importa la tribulación de los tiempos? No pensaremos en ella
cuando el hombre nuevo se haya entregado a Dios, cuando la Iglesia alabe a
Dios, cuando el nuevo Adán aparezca delante del Padre con la posteridad que
habrá germinado de su sangre. No hay cosa mejor para darse de lleno, que seguir
las perspectivas que nos abre el Salvador. Ahora momentos de angustia, después
la alegría sin fin, cuya plenitud colmará nuestros deseos y nuestra
inteligencia. Ningún poder creado es capaz de arrebatárnosla (D. Delatte,
Evangile de N. S. J. C. t. II, p. 277).
El Ofertorio es un grito de alabanza y de
alegría, de la alegría encontrada en el sacrificio.
OFERTORIO
Alaba, alma mía, al
Señor: alabaré al Señor en mi vida: salmearé a mi Dios mientras viva, aleluya.
La Secreta nos recuerda que el fruto de la
Eucaristía será desprendernos de la tierra y elevarnos hacia el cielo.
SECRETA
Haz, Señor, que nos
sea dado en estos Misterios aquello con que, mitigando los deseos terrenos,
aprendamos a amar los celestes. Por Cristo Nuestro Señor.
La Comunión nos hace oír el anuncio de la
partida y de la vuelta de Cristo. Los santos misterios nos preparan para
recibir al Señor cuando viniere.
COMUNIÓN. — REALIZAR LA COMUNIÓN ESPIRITUAL,
VERDADERA COMUNIÓN [1]
Un poco, y no me
veréis, aleluya: otro poco, y me veréis, porque voy al Padre, aleluya, aleluya.
Entretanto, la Eucaristía es el reconfortamiento
y la salvaguardia de los peregrinos en camino hacia el cielo.
POSCOMUNIÓN
Suplicámoste, Señor,
hagas que, los Sacramentos que hemos recibido, nos restauren con alimentos
espirituales, y nos protejan con corporales auxilios. Por Cristo Nuestro Señor.
—DOM PRÓSPERO GUÉRANGER, El Año Litúrgico,
Primera Edición Española Traducida Y Adaptada Para Los Países
Hispano-Americanos Por Los Monjes De Santo Domingo De Silos.
NIHIL OBSTAT: F.R. FRANCISCVS SÁNCHEZ. 0. S. H.
Censor ordinis.
IMPRIMATVR: P. ISAAC M. TORIBIOS, Abbas
Silensis, Ex Monasterio Sancti Dominici de Silos, die 7.I.1953
[1] COMUNIÓN ESPIRITUAL,
VERDADERA COMUNIÓN: https://www.facebook.com/photo?fbid=381902818003537&set=a.235028616024292
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