QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
QUINTO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
EL OFICIO
La Iglesia ha comenzado esta noche la lectura del segundo
libro de los Reyes, que principia por la narración de la muerte desgraciada de
Saúl y el advenimiento de David al trono de Israel. La exaltación del hijo de Jesé
marca el punto culminante de la vida profética del pueblo antiguo; en él
encontró Dios su siervo fiel, e iba a mostrarle al mundo como la figura más
completa del Mesías que había de venir. Un juramento divino garantizaba al
nuevo Rey el porvenir de su descendencia; su trono debía ser eterno; porque
debía un día llegar a ser el trono del que sería llamado Hijo del Altísimo, sin
dejar de tener por Padre a David.
Pero en el momento en que la tribu de Judá aclamaba en
Hebrón al elegido del Señor, no era todo, ni mucho menos, alegría y esperanza.
La Iglesia, ayer en Vísperas, tomaba una de las más bellas Antífonas de su
Liturgia del canto fúnebre que inspiró a David la vista de la diadema recogida
del polvo ensangrentado en el’ campo de batalla, donde acababan de sucumbir los
príncipes de Israel: “Montes de Gelboé, ni lluvia ni rocío caiga sobre
vosotros; porque allí fué abatido el escudo de los héroes, el escudo de Saúl,
como si no hubiese recibido la unción. ¿Cómo han caído los héroes en la
batalla? Jonatás ha sido muerto en las alturas; ¡Saúl y Jonatás, tan amables y
tan hermosos en su vida, no se han separado ni en la muerte!”
Inspirada por la proximidad de la fiesta de los
Santos Apóstoles del 29 de Junio, y de este día en que el Oficio del Tiempo
trae cada año esta Antífona, la Iglesia aplica estas últimas palabras a San
Pedro y San Pablo durante la Octava de su fiesta: “¡Gloriosos príncipes de la
tierra, se amaron en vida—exclama—y no se han separado ni en la muerte!” Como
el pueblo Hebreo en esta época de su historia, más de una vez el ejército
cristiano no saludó el advenimiento de sus jefes, sino en una tierra tinta en
la sangre de sus predecesores.
MISA
QUE SOLO PUEDE SER OFICIADA SEGÚN LAS
RÚBRICAS DE LA IGLESIA, QUE CONDENAN EL ACCIONAR IRREGULAR Y ACATÓLICO DE
CONCILIARES DEL VATICANO II, THUCISTAS Y LEFEBVRISTAS
Como en el Domingo anterior, la Iglesia parece haberse
complacido en relacionar con las lecturas de la noche el comienzo del
Sacrificio. El Introito, en efecto, está sacado del Salmo XXVI, compuesto por
David con ocasión de su coronación en Hebrón. Expresa la humilde y confiada
súplica de uno a quien falta todo aquí abajo, pero que tiene al Señor como luz
y como fuerza. En las circunstancias que hemos recordado, no hacía falta nada
menos que una fe ciega en las promesas divinas para sostener el valor del antiguo
pastor de Belén y de la nación que llegaba a ser su pueblo. Mas comprendamos a
la vez, que la realeza de David y su descendencia, en la antigua Jerusalén, es
figura, para la Iglesia, de una realeza más sublime, de una dinastía más alta,
esto es: de la realeza de Cristo y de la sucesión de los Pontífices.
INTROITO
Escucha, Señor, mi voz, con la que he clamado a ti: sé mi
ayudador, no me dejes, ni me desprecies, oh Dios, Salvador mío. — Salmo: El
Señor es mi luz, y mi salud: ¿a quién temeré? V. Gloria al Padre.
Los bienes prometidos a David como recompensa de sus
combates, no eran más que una pálida imagen de los que aguardan en la patria a
los vencedores del demonio, del mundo y de la carne. Reyes para siempre,
gustarán, sentados en sus tronos, de la plenitud de las delicias, cuyas gotas
deja caer aquí abajo el Esposo sobre las almas fieles. Amemos, pues, a quien
recompensa de tal modo el amor; y como por nosotros mismos no podemos nada,
pidamos por medio del Esposo al autor de todo don excelente ‘, la perfección de
la caridad divina.
COLECTA
Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que
te aman: infunde en nuestros corazones el afecto de tu amor; para que, amándote
a ti en todo y sobre todo, consigamos tus promesas que superan todo anhelo. Por
nuestro Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro. (1.°, III,
8-15).
Carísimos: Estad todos unánimes en la oración, sed
compasivos, amantes de la fraternidad, misericordiosos, modestos, humildes: no
devolváis mal por mal, ni maldición por maldición; sino, al contrario,
bendecid: porque a esto habéis sido llamados, a poseer como herencia la
bendición. Por tanto, el que quiera amar la vida y ver días buenos, refrene su
lengua del mal, y no hablen engaño sus labios. Apártese del mal, y haga el
bien: busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor miran a los justos, y
sus oídos escuchan sus preces: pero el rostro del Señor está sobre los que
hacen mal. Y, ¿quién es el que os dañará, si fuereis emuladores del bien? Pero,
aunque padeciereis algo por la justicia, bienaventurados de vosotros. Mas no
los temáis a ellos, y no os conturbéis; antes santificad al Señor, a Cristo, en
vuestros corazones.
CARIDAD FRATERNA
La unión de una verdadera caridad, la concordia y la paz,
que, como condición necesaria de su felicidad presente y futura, se debe
mantener a toda costa: tal es el objeto de las recomendaciones dirigidas por
Simón (ahora Pedro) a esas otras piedras elegidas que se apoyan en él, y forman
las hiladas del templo levantado por el Hijo del Hombre a gloria del Altísimo.
Comprendamos la importancia que tiene para todos los cristianos la unión mutua,
ese amor de hermanos, tan frecuentemente, tan vivamente’ recomendado por los
Apóstoles, cooperadores del’ Espíritu Santo en la construcción de la Iglesia/
No basta la extinción del cisma y de la herejía, cuyos excesos desastrosos
recordaba el Evangelio hace ocho días, ni la represión de las pasiones de ira o
de los celos agrios; es necesario un amor efectivo, obsequioso, perseverante,
que junte verdaderamente y armonice como conviene, las almas y los corazones;
es necesaria esta caridad desbordante y única digna de tal nombre, que,
mostrándonos al mismo Dios en nuestros hermanos, hace verdaderamente nuestras
sus dichas y sus desdichas. Lejos de nosotros la somnolencia egoísta en que se
complace el alma perezosa, con la que tan frecuentemente las almas falsarias
creen satisfacer tanto mejor a la primera de las virtudes, cuanto más se
desinteresan por completo de lo que las rodea. En’ tales almas no puede prender
la argamasa divina; piedras impropias para toda construcción, que rechaza el
celeste albañil, o que deja, sin empleo al pie de las murallas, porque no se
adaptan al conjunto, ni sabrían disponerse. ¡Desgraciadas de ellas, sin embargo,
si el edificio se; acaba sin que hayan merecido ocupar un lugar en sus muros!
Comprenderán entonces, aunque demasiado tarde, que la caridad es una; que no
ama a Dios quien no ama a su hermano y que quien no ama, permanece en la
muerte. Coloquemos, pues, con San Juan, ,1a perfección de nuestro amor para con
Dios, en el amor de nuestros hermanos3; sólo entonces poseeremos a Dios en
nosotros4; sólo entonces podremos gozar de los inefables misterios de la unión
divina con Aquel que se une a los suyos, para hacer de todos y de El mismo un
templo augusto a la gloria del Padre.
El Gradual, en conformidad con las ideas que inspira el
Introito del día, pide la protección divina para el pueblo colocado bajo el
cetro del ungido del Señor. El Verso anuncia la victoria de Cristo-Rey, y la
salvación que trae a la tierra.
GRADUAL
Mira, oh Dios, protector nuestro: y contempla a tus
siervos, V. Señor, Dios de los ejércitos, escucha las preces de tus siervos.
Aleluya, aleluya. V. Señor, en tu fortaleza se alegrará el rey: y se gozará
sobremanera en tu salud. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo. (V,
20-24).
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si no
abundare vuestra justicia más que la de los escribas y fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás:
mas, el que matare, será reo de juicio. Pero yo os digo que, todo el que se
enojare con su hermano, será reo de Juicio. Y el que le llamare a su hermano
raca, será reo de concilio. Y el que le llamare fatuo, será reo del infierno
del fuego. Por tanto, si ofrecieres tu presente en el altar, y te recordares
allí de que tu hermano tiene algo contra ti: deja tu presente allí, ante el
altar, y vete antes a reconciliarte con tu hermano: y, volviendo después,
ofrecerás tu presente.
EL LEGISLADOR
El Verbo divino bajado para santificar a los hombres en
la verdad, es decir, en El mismo debía volver, ante todo, a su prístino
esplendor, empañado por el tiempo, los inmutables principios de justicia y de
derecho que reposan en El, como en su cetro. Es lo primero que hace y con una
solemnidad incomparable, antes de llamar a sus discípulos y de elegir a los
doce, en el pasaje del sermón de la montaña, de donde la Iglesia ha tomado el
Evangelio de hoy. En esto no venía, declaraba El mismo, a condenar o destruir
la ley, sino a restablecer, contra los escribas y fariseos, su verdadero
sentido, y a darla la plenitud que los mismos ancianos del tiempo de Moisés no
la habían podido dar.
EL JUEZ
En las pocas líneas que la Iglesia ha tomado, el
pensamiento del Salvador es: que no se debe juzgar con la medida de los
tribunales terrenales el grado de justicia necesario para entrar en el reino de
los cielos. La ley judía ponía al homicida en el tribunal criminal llamado del
juicio.; y El, el Maestro y autor de- la ley, declara que la cólera, el primer
paso para el homicidio, aunque esté oculta en los repliegues más recónditos de
la conciencia, puede ella sola llevar consigo la muerte del alma, incurriendo
así, en el. orden espiritual, en la pena capital, reservada en el orden social
de la vida presente al que ha perpetrado homicidio. Mas si, aun sin llegar a
los golpes, se escapa esta cólera en palabras despectivas, como la expresión
siríaca de. roca, hombre de nada, la falta se hace tan grave, que, considerada
en su valor real ante Dios, sobrepasaría la jurisdicción criminal ordinaria,
para ser tan sólo encausada por el consejo supremo de la nación. Si del
desprecio se pasa a la injuria, nada hay tan grave en los procesos humanos que
pueda darnos una idea de la enormidad del pecado cometido. Pero los poderes del
Juez supremo no se sujetan, como los de los hombres, a un límite dado; la
caridad fraterna pisoteada, encontrará siempre, más allá del tiempo, su
vengador. ¡Tan grande es el precepto del amor santo que une a las almas!; ¡tan
directamente se opone a la obra divina, la falta que, de lejos o cerca, va a
comprometer o turbar la armonía de las piedras vivas del edificio que se
levanta aquí abajo, en la concordia y el amor, a gloria de la indivisible y
pacífica Trinidad!
A medida que avanzan los años para el pueblo elegido,
comprende cada vez mejor la dicha que fué para él haber escogido los verdaderos
bienes, como parte de su herencia. Con su Rey, en el Ofertorio, canta los
favores celestiales y la presencia continua de Dios, que se ha constituido su
sostén.
OFERTORIO
Bendeciré al Señor, que me dió entendimiento: tendré
siempre al Señor en mi presencia: porque está a mi diestra, para que no
vacile.
En la Secreta pedimos a Dios que se digne recibir
favorablemente, al modo de las antiguas oblaciones, la ofrenda de nuestros
corazones. Pero si queremos que esta oración tenga su efecto, recordemos la
recomendación que acaba el Evangelio de hoy: sólo serán agradables al Altísimo,
los corazones de aquellos que estén en paz, en cuanto depende de ellos, con
todos sus hermanos.
SECRETA
Sé propicio, Señor, con nuestras súplicas, y acepta
benigno estas oblaciones de tus siervos y siervas; para que, lo que te ha
ofrecido cada cual en honor de tu nombre, aproveche a todos para su salud. Por
nuestro Señor.
La presencia auxiliadora de Dios, que celebraba la
Antífona del Ofertorio, no señalaba término alguno a las condescendencias
divinas. Conquistado por el amor infinito de Dios, en la inefable unión de los
Misterios sagrados, el pueblo santo no desea ni pide otra cosa, que ser
admitido a establecerse para siempre en la casa del Señor.
COMUNIÓN.
— REALIZAR LA COMUNIÓN ESPIRITUAL, VERDADERA COMUNIÓN [1]
Una cosa he pedido al Señor, ésta buscaré: morar en la
casa del Señor todos los días de mi vida.
El efecto de los sagrados misterios es múltiple:
purifican hasta lo más recóndito del alma y nos protegen al exterior de las
emboscadas que atenían contra nuestra salvación. Pues digamos, con la Iglesia,
en la Poscomunión:
POSCOMUNIÓN
Suplicárnoste, Señor, hagas que, los que has saciado con
tu celestial don, nos purifiquemos de nuestras manchas ocultas, y nos libremos
de las asechanzas de los enemigos. Por nuestro Señor.
— DOM
PRÓSPERO GUÉRANGER, El Año Litúrgico, Primera Edición Española Traducida Y
Adaptada Para Los Países Hispano-Americanos Por Los Monjes De Santo Domingo De
Silos.
NIHIL
OBSTAT: F.R. FRANCISCVS SÁNCHEZ. 0. S. H. Censor ordinis.
IMPRIMATVR:
P. ISAAC M. TORIBIOS, Abbas Silensis, Ex Monasterio Sancti Dominici de Silos,
die 7.I.1953
[1] COMUNIÓN ESPIRITUAL,
VERDADERA COMUNIÓN: https://www.facebook.com/photo?fbid=381902818003537&set=a.235028616024292
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