DOMINGO XVIII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
DOMINGO XVIII DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS
Es muy oportuna esta Misa
en torno de las Témporas, que son tiempos de perdón, por serlo de oración y
penitencia, por los cuales Dios se deja doblegar y vencer por los hombres. De
ese perdón y de esa paz se goza en la Santa Iglesia.
El paralítico que lleva
su cama es el tema del Evangelio del día y da el nombre a este Domingo. Se ha
podido advertir que el lugar de este Domingo viene en el Misal a continuación
de las Cuatro Témporas de otoño. No vamos a discutir con los liturgistas de la
edad media si hay que considerarle como ocupando el lugar del Domingo vacante
que antiguamente seguía siempre a la ordenación de los ministros sagrados,
según en otra parte dijimos[1]. Manuscritos antiquísimos, Sacramentarlos y
Leccionarios, le llaman con este nombre empleando la fórmula harto sabida:
Dominica vacat[2].
Es también cosa digna de
hacerse notar que la Misa de este día es la única en la que se ha invertido el
orden de las lecturas sacadas de San Pablo y que forman las Epístolas desde el
sexto Domingo después de Pentecostés: la carta a los Efesios, ya empezada y que
se continuará, se interrumpe hoy para dar lugar al pasaje de la primera
Epístola a los Corintios, en el que da gracias el Apóstol por la abundancia de
los dones gratuitos otorgados a la Iglesia en Jesucristo. Pues bien, los
poderes que la imposición de las manos ha conferido a los ministros de la
Iglesia, son el don más maravilloso que conocen el cielo y la tierra, y,
además, las diversas partes de esta Misa se refieren muy bien, como se verá, a
las prerrogativas del nuevo sacerdocio.
La liturgia del presente
Domingo ofrece, pues, especial interés si viene a continuación de las Cuatro
Témporas de septiembre. Pero no es ordinario, al menos por ahora, que esto
suceda, y así no queremos detenernos ya más en estas consideraciones para no
meternos demasiado en el campo de la arqueología y sobrepasar los límites
fijados.
MISA
QUE SOLO PUEDE SER OFICIADA SEGÚN LAS RÚBRICAS DE LA IGLESIA, QUE CONDENAN
EL ACCIONAR IRREGULAR Y ACATÓLICO DE CONCILIARES DEL VATICANO II, THUCISTAS Y
LEFEBVRISTAS
Desde Pentecostés el
Introito de las Misas dominicales se ha tomado siempre de los salmos.
Recorriendo el Salterio desde el salmo doce hasta el ciento dieciocho, la
Iglesia, sin cambiar el orden de estos cantos sagrados, pudo escoger en ellos
la expresión más conveniente a los sentimientos que deseaba formular en su
Liturgia. En adelante las antífonas del Introito se tomarán de los diversos
libros del Antiguo Testamento, salvo una vez en que se empleará nuevamente el
libro por excelencia de la alabanza divina. Hoy, Jesús, hijo de Sirac, el autor
inspirado del Eclesiástico, pide a Dios que justifique la fidelidad de los
profetas del Señor[3] mediante el cumplimiento de lo que anunciaron. Los
intérpretes de los oráculos divinos son ahora los pastores de las almas, a
quienes la Iglesia envía a predicar en su nombre la palabra de salvación y de
paz; pidamos, nosotros también, que la palabra no sea vana jamás en su boca.
INTROITO
Da paz, Señor, a los que esperan en ti, para que sean
hallados veraces tus profetas: escucha la plegaria de tu siervo y tu pueblo
Israel. — Salmo: Me alegré de lo que se me dijo: Iremos a la casa del Señor, y.
Gloria al Padre.
El medio más seguro de
obtener la gracia es siempre la humilde confesión de nuestra impotencia para
agradar al Señor por nosotros mismos. La Iglesia continúa dándonos en sus
colectas fórmulas admirables.
COLECTA
Suplicámoste, Señor, hagas que la obra de tu misericordia
dirija nuestros corazones: porque sin ti no podemos agradarte. Por Nuestro
Señor Jesucristo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola
del Ap. San Pablo a los Corintios. (I Cor., I, 4-8).
Hermanos: Doy siempre gracias a mi Dios por vosotros, por
la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús: porque habéis sido
enriquecidos en El en todo, en toda palabra, y en toda ciencia, siendo así
confirmado en vosotros el testimonio de Cristo: de modo que ya no os falta nada
en ninguna gracia, mientras esperáis la revelación de Nuestro Señor Jesucristo,
el cual os confirmará también hasta el fin, para que estéis sin mancha el día
de la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
SENTIMIENTOS DE LA
IGLESIA
La última venida del Hijo
de Dios ya no está lejos. La inminencia del desenlace que tiene que dar la
plena posesión del Esposo a la Iglesia, duplica sus esperanzas; pero el juicio
final que consumará al mismo tiempo la reprobación de gran número de hijos
suyos, junta en ella el temor al deseo, y estos dos sentimientos irán dominando
cada vez más en la Santa Liturgia.
La esperanza nunca ha
dejado de ser como algo esencial en la existencia de la Iglesia. Privada de
contemplar la divina belleza del Esposo, no habría hecho otra cosa desde que
éste nació, más que suspirar en el valle del destierro si el amor que arde en
ella, no la hubiese obligado a gastarse, sin mirarse a sí misma, por Aquel
hacia el cual se iba todo su corazón. Se entregó, pues, sin medida al trabajo,
al sufrimiento, a la oración y a las lágrimas. Pero su abnegación, por generosa
que sea, no ha hecho que se olvide del objeto de sus esperanzas. Un amor sin
deseos no es virtud para la Iglesia; lo condena en sus hijos como una injuria
al Esposo. Sus aspiraciones desde el principio eran tan legítimas y a la vez
tan vehementes, que la eterna Sabiduría quiso mirar por la Esposa, ocultándola
la duración del destierro. El único punto sobre el cual Jesús se negó a
informar a su Iglesia cuando los Apóstoles se lo preguntaron[4], fue la hora de
su venida. Semejante secreto entraba en los planes generales del gobierno
divino sobre el mundo; pero, de parte del Hombre-Dios, era también compasión y
cariño: la prueba habría sido demasiado cruel; y era mejor dejar a la Iglesia
con la idea, verdadera también, de la proximidad del fin, pues ante Dios mil
años son como un día[5].
ESPERAR AL QUE VIENE
Esto nos explica la complacencia
con que los Apóstoles, intérpretes de las aspiraciones de la Santa Madre
Iglesia, insisten continuamente en sus palabras sobre la afirmación de la
venida próxima del Señor. El cristiano espera la manifestación de Nuestro Señor
Jesucristo el día que venga, nos acaba de decir San Pablo por dos veces en una
misma frase. Aplicando a la segunda venida los suspiros inflamados de los
profetas que anhelaban la primera[6], dice en su carta a los Hebreos: Un poco
todavía, poquísimo tiempo, y el que tiene que venir, vendrá y no tardará[7]. Y,
en efecto, así mismo en la nueva como en la antigua alianza, el Hombre-Dios se
llama, por razón de su manifestación final esperada, el que viene, el que tiene
que venir[8]. El grito que pondrá fin a la historia del mundo será el anuncio
de su llegada: ¡He aquí que viene el Esposo[9]! "Ciñendo, pues,
espiritualmente vuestros riñones, dice San Pedro, pensad en la gloria del día
en que se revelará el Señor; esperadle, aguardadle con santa
esperanza"[10].
EL MILAGRO
Porque ha de ser grande
el peligro en los últimos días, en que las virtudes de los cielos se
tambalearán[11], el Señor, como dice la Epístola, se ha cuidado de confirmar en
nosotros su testimonio, de fortalecer nuestra fe por las múltiples
manifestaciones de su poder. Y, como para cumplir esta otra palabra de la misma
Epístola, que confirmará de ese modo hasta el fin a los que creen en El, sus
prodigios se duplican en nuestros tiempos precursores del fin. El milagro se
da, por cierto, en todas partes y a la faz del mundo; las mil voces de la
publicidad moderna llevan sus ecos hasta las extremidades de la tierra. En el
nombre de Jesús, en el nombre de los santos, sobre todo en el nombre de su
Madre Inmaculada, que prepara el último triunfo de la Iglesia, los ciegos ven,
los cojos andan, los sordos oyen, los males del cuerpo y del alma pierden
repentinamente su imperio. La manifestación del poder sobrenatural se ha hecho
tan intensa, que hasta los servicios públicos, hostiles o no, tienen que
tenerlo presente; hasta el trazado de los ferrocarriles se sujeta a la
necesidad de llevar a los pueblos a los lugares benditos en que se ha
manifestado María. En vano dice el impío en su corazón: ¡No hay Dios[12]! Si no
comprende el testimonio divino, es que la corrupción o el orgullo prevalece en
él sobre la inteligencia.
ACCIÓN DE GRACIAS
Debemos tener empeño en
dar gracias a Dios por la misericordiosa liberalidad de que ha dado pruebas
para con nosotros. Sus dones gratuitos jamás fueron más necesarios que en
nuestros calamitosos tiempos. Ya no se trata ciertamente de promulgar entre
nosotros el Evangelio; pero los esfuerzos del infierno contra él han llegado a
ser tales, que, para defenderlo, es necesaria una profusión de la virtud de lo
alto, parecida de algún modo a aquella otra descrita en la historia de los
orígenes de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos depare hombres poderosos en
palabras y obras. Tratemos de alcanzar que la imposición de las manos produzca
hoy más que nunca en los elegidos para el sacerdocio todo el fruto apetecido;
que esa imposición los enriquezca en todo y de un modo especial en la palabra y
en la ciencia. Hoy, cuando todo parece venir a menos, se vea siquiera brillar
viva y pura la luz de la salvación merced a los cuidados que los pastores
prodiguen al rebaño de Cristo. No consigan las vilezas ni transacciones de las
generaciones de decadencia, no consigan jamás ver que disminuyen en número o en
santidad estos nuevos Cristos, o que en sus manos se acorta la medida del
hombre perfecto[13], que les confiaron para aplicarla hasta el fin a todo
cristiano celoso de vivir según el Evangelio. Resuene su voz por doquier tan
viril y vibrante como conviene a los que son eco del Verbo, y, no haciendo caso
de inútiles amenazas, domine siempre el tumulto de las pasiones desenfrenadas.
La Iglesia vuelve a
repetir en el Gradual el versículo del Introito para celebrar nuevamente la
alegría del pueblo cristiano al saber que está próxima su entrada en la casa
del Señor. Esta casa es el cielo, en donde entraremos el último día en pos de
Jesús triunfador; también lo es el templo en que se ofrece el Sacrificio aquí
abajo, y en el cual nos introducen los representantes del Hombre-Dios,
depositarios de su sacerdocio.
GRADUAL
Me he alegrado de lo que
se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor. V. Haya paz dentro de tus muros: y
abundancia sobre tus torres.
Aleluya, aleluya. J.
Temerán las gentes tu nombre, Señor: y todos los reyes de la tierra tu gloria.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo
Evangelio según San Mateo (Mt., IX, 1-8).
En aquel tiempo, habiendo subido Jesús a una barca, pasó
el mar y fue a su ciudad. Y he aquí que le presentaron un paralítico postrado
en el lecho. Y, viendo Jesús su fe, dijo al paralítico: Confía, hijo, te son
perdonados tus pecados. Y he aquí que algunos de los escribas dijeron entre sí:
¡Este blasfema! Y, habiendo visto Jesús sus pensamientos, dijo: ¿Por qué
pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Te son perdonados
tus pecados; o decir: Levántate y anda? Pues, para que sepáis que el Hijo del
hombre tiene en la tierra potestad de perdonar los pecados, dijo entonces al
paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa. Y se levantó y se fue a
su casa. Y, al ver esto las turbas, temieron y glorificaron a Dios, que dio tal
potestad a los hombres.
DEBERES DE LOS PASTORES
En el siglo XII se leía
hoy como Evangelio, en muchas Iglesias de Occidente, el pasaje del libro
sagrado que trata de los Escribas y Fariseos que se sentaron en la cátedra de
Moisés[14].
El Abad Ruperto, que nos
da a conocer esta particularidad en su libro De los Divinos Oficios, hace ver
con acierto la relación que hay entre dicho Evangelio y la antífona del
Ofertorio que todavía se dice hoy, en la cual también se habla de Moisés.
"El Oficio de este Domingo, dice, muestra con elocuencia al que preside en
la casa del Señor y recibió la cura de almas, cómo debe portarse en el alto
puesto en que la vocación divina le ha colocado. No se parezca a aquellos
hombres que se sentaron indignamente en la cátedra de Moisés; al contrario,
aseméjese a Moisés, el cual presenta en el Ofertorio y sus versículos un modelo
acabado a los jefes de la Iglesia. Los pastores de almas no deben ignorar, en
efecto, por qué razón ocupan un lugar más elevado: a saber, no tanto para
gobernar como para servir"[15]. El Hombre-Dios decía de los Doctores
judíos: Haced lo que os dicen; lo que ellos hacen, guardaos bien de hacerlo;
porque dicen bien lo que hay que hacer, pero no hacen nada de lo que dicen. A
la inversa de estos indignos depositarios de la ley, los que se sientan en la
cátedra de la doctrina "deben enseñar y obrar conforme a sus enseñanzas,
dice Ruperto; o mejor, hagan primero lo que deben hacer, para poder luego
enseñar con autoridad; no busquen los honores y los títulos, sino miren tan
sólo a este único fin: a cargar sobre sí los pecados del pueblo y apartar la
cólera de Dios de los encomendados a su solicitud pastoral, como hizo Moisés
según se nos dice en el Ofertorio"[16].
PODERES DE LOS PASTORES
El Evangelio de los
Escribas y Fariseos sentados en la cátedra de Moisés se reservó más tarde para
el Martes de la segunda semana de Cuaresma. Pero el que hoy se lee en todas
partes, no distrae nuestro pensamiento de la consideración de los excelsos
poderes del sacerdocio, que son un bien común de todo el linaje humano,
redimido por Jesucristo. Antiguamente los fieles fijaban en este día su
atención en el derecho de enseñar otorgado a los pastores; hoy meditan en la
prerrogativa que estos mismos hombres tienen de perdonar los pecados y curar
las almas. Así como una conducta que estuviese en contradicción con lo que
enseñan, no disminuiría en nada la autoridad de la cátedra sagrada, desde la
cual dispensan a la Iglesia y en su nombre a sus hijos el pan de la doctrina,
del mismo modo, la indignidad de su alma sacerdotal no mermaría tampoco en sus manos
lo más mínimo el poder de las augustas llaves que abren el cielo y cierran el
infierno. Y es natural que así suceda, ya que es el Hijo del hombre,
Jesucristo, quien por su medio libra de sus culpas a los hombres, hermanos y
criaturas suyas, el cual, cargándose con las miserias humanas, nos mereció a
todos con su sangre el perdón de los pecados[17].
EL PERDÓN DE LOS PECADOS
Siempre ha sentido la
Iglesia placer en recordar este episodio de la curación del paralítico, el cual
ofreció a Jesús ocasión de afirmar su poder de perdonar los pecados como Hijo
del hombre. Efectivamente, desde los principios del cristianismo negaron los
herejes a la Iglesia el poder, que había recibido de su divino Jefe, de
perdonar los pecados en nombre de Dios; esto equivalía a condenar a muerte
eterna a un número incalculable de cristianos, que, caídos desgraciadamente en
pecado después de su bautismo, sólo pueden ser rehabilitados por el Sacramento
de la Penitencia. Mas, ¿qué tesoro puede defender una madre con mayor empeño que
aquel que lleva prendido el remedio para la vida de sus hijos? La Iglesia,
pues, tuvo que anatematizar y expulsar de su seno a estos fariseos de la nueva
ley, que, como sus padres del judaísmo, desconocían la misericordia infinita y
la amplitud del gran misterio de la Redención. Como Jesús en presencia de sus
contradictores los escribas, así también la Iglesia, en prueba de sus
afirmaciones, había obrado un milagro visible en presencia de los sectarios,
pero no fue más afortunada que el Hombre-Dios para llegar a convencerlos de la
realidad del milagro de gracia que sus palabras de remisión y de perdón obraban
de modo invisible. La curación externa del paralítico fue a la vez imagen y
señal de la curación de su alma reducida antes a la miseria; pero representaba
también a otro enfermo: el género humano que yacía inmóvil desde siglos en su
pecado. Ya había abandonado este suelo el Hombre-Dios al obrar la fe de los
Apóstoles este primer prodigio de llevar a los pies de la Iglesia al mundo
envejecido en su enfermedad.
La Iglesia entonces, al
ver al género humano dócil al impulso de los mensajeros del cielo y teniendo ya
parte en su fe, halló para El en su corazón de madre la palabra del Esposo:
Hijo, ten confianza, tus pecados están perdonados. Al instante y de modo
visible el mundo se levantó de su lecho ignominioso, causando admiración a la
filosofía escéptica y confundiendo el furor del infierno; para demostrar bien
que había recobrado sus fuerzas, se le vio cargar sobre sus espaldas, por medio
de la penitencia y del dominio de las pasiones, la cama de sus
desfallecimientos y de su enfermedad, en la que tanto tiempo le habían retenido
el orgullo, la carne y la avaricia. Desde entonces, fiel a la palabra del Señor
que le ha repetido la Iglesia, va andando hacia su casa, el paraíso, donde le
esperan las alegrías fecundas de la eternidad.
Y la multitud de las
turbas angélicas, al velen la tierra semejante espectáculo de renovación y de
santidad[18], se llena de admiración y glorifica a Dios, que tal poder ha dado a
los hombres.
MOISÉS, MODELO DE
SACERDOTES
El Ofertorio recuerda el
altar figurativo que Moisés erigió para recibir las oblaciones de la ley de
esperanza, que anunciaban el gran sacrificio en este momento presente a
nuestros ojos. A continuación de la antífona ponemos los versículos que
estuvieron en uso antiguamente. Moisés se muestra aquí en verdad como el tipo
de los profetas fieles que saludábamos en el Introito, como el modelo de los
verdaderos jefes del pueble de Dios, que se dan de lleno a conseguir para sus
gobernados la misericordia y la paz. Dios lucha con ellos y se deja vencer; a
cambio de su fidelidad los admite a las manifestaciones más íntimas de su luz y
de su amor. El primer versículo nos muestra al sacerdote en su vida pública de
intercesión y de sacrificio en favor de los demás; el segundo nos revela su
vida privada que se alimenta de la contemplación. No debemos extrañar la
extensión de estos versículos; su ejecución por el coro de los cantores
excedería hoy con mucho el tiempo que dura la ofrenda de la hostia y del cáliz,
pero hay que tener cuenta con que antiguamente participaba toda la asamblea en
la oblación del pan y del vino necesarios al sacrificio. Igualmente, las pocas
líneas a que hoy se reduce la Comunión, en los antifonarios antiguos eran la
antífona de un Salmo señalado para cada día; de ese salmo se tomaba la antífona
a no ser que se tomase de otro libro de la Escritura, en cuyo caso ya no se
volvía al salmo del Introito; se cantaba el salmo, repitiendo la antífona
después de cada versículo, mientras duraba la participación común en el
banquete sagrado.
OFERTORIO
Consagró Moisés el altar al Señor, ofreciendo sobre él
holocaustos, e inmolando víctimas: ofreció el sacrificio vespertino, en olor de
suavidad, al Señor Dios, ante los hijos de Israel.
V/. I. El Señor habló a
Moisés diciéndole: Sube a estar conmigo en el monte Sinaí, y estarás de pie en
su cima. Levantándose Moisés, subió al monte donde Dios le había citado; y el
Señor descendió a él en una nube y estuvo en su presencia. Moisés, al verle, se
postró y le adoró diciendo: Señor, te lo suplico, perdona los pecados de tu
pueblo. Y el Señor le respondió: Lo haré según tus deseos.
Entonces Moisés ofreció
el sacrificio vespertino,
V/. II. Moisés oró al
Señor y dijo: Si he hallado gracia ante ti, muéstrate a mí al descubierto, para
que pueda contemplarte. Y el Señor le habló en estos términos: Ningún hombre
que me vea, podrá vivir; pero estate en lo más alto del peñasco: mi mano
diestra te cubrirá cuando pasare; y cuando hubiere pasado, retiraré mi mano y
entonces verás mi gloria, aunque mi cara no se te mostrará; porque soy el Dios
que obra en la tierra cosas maravillosas.
Entonces Moisés ofreció
él sacrificio vespertino.
La sublime elocuencia de
la Secreta excede a todo comentario. Penetrémonos de la grandeza de las enseñanzas
tan admirablemente resumidas en tan pocas palabras; comprendamos que nuestra
vida y nuestras costumbres deben ser algo divino si han de responder a los
misterios que se han revelado a nuestra inteligencia y se incorporan a nosotros
en el comercio augusto del Sacrificio.
SECRETA
Oh Dios, que, por medio del venerando comercio de este
Sacrificio, nos haces partícipes de la única y suma Divinidad: haz, te
suplicamos, que, así como conocemos tu verdad, así la vivamos con dignas
costumbres. Por
Nuestro Señor Jesucristo.
La antífona de la
Comunión se dirige a los sacerdotes y a la vez a todos nosotros; pues, si el
sacerdote ofrece la víctima santa entre todas, no debemos presentarnos nosotros
con él en los atrios del Señor sin llevar para juntarla a la hostia divina esta
otra víctima que somos nosotros mismos; así cumpliremos la palabra del Señor:
No os presentaréis ante mi con las manos vacías[19].
COMUNIÓN.
— REALIZAR LA COMUNIÓN ESPIRITUAL, VERDADERA COMUNIÓN [1]
Tomad hostias, y entrad en sus atrios: adorad al Señor en
su santa casa. » Al dar gracias en la Poscomunión por el don inestimable de los
Misterios, pidamos al Señor nos haga cada vez más dignos.
POSCOMUNIÓN
Dámoste gracias, Señor, vigorizados con este don sagrado,
y suplicamos a tu misericordia nos haga dignos de seguir participando de él. Por Nuestro Señor
Jesucristo.
— DOM
PRÓSPERO GUÉRANGER, El Año Litúrgico, Primera Edición Española Traducida Y
Adaptada Para Los Países Hispano-Americanos Por Los Monjes De Santo Domingo De
Silos.
NIHIL
OBSTAT: F.R. FRANCISCVS SÁNCHEZ. 0. S. H. Censor ordinis.
IMPRIMATVR:
P. ISAAC M. TORIBIOS, Abbas Silensis, Ex Monasterio Sancti Dominici de Silos,
die 7.I.1953
[1] COMUNIÓN ESPIRITUAL, VERDADERA
COMUNIÓN: https://www.facebook.com/photo?fbid=381902818003537&set=a.235028616024292
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