DOMINGO XXI DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
DOMINGO XXI DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS
EL OFICIO
Los Domingos que van a
continuación son los últimos del ciclo anual, pero el grado de proximidad que
los relaciona con su último término, varía cada año con la Pascua. Esta
variación imposibilita la coincidencia exacta entre la composición de sus Misas
y las lecturas del Oficio nocturno, que se hacen de un modo fijo desde agosto
de la manera que hemos dicho[1]. La instrucción que los fieles deben sacar de
la sagrada Liturgia sería incompleta, ni verían tampoco la solicitud de la
Iglesia en estas últimas semanas tan claramente como conviene para dejarse
dominar de ella por entero, si pasan para ellos inadvertidas las lecturas que
se hacen en los meses de octubre y noviembre: en el primero se leen los
Macabeos, que nos animan a los últimos combates, y en el segundo se leen los
Profetas, que anuncian los juicios de Dios.
MISA
QUE SOLO PUEDE SER OFICIADA SEGÚN LAS RÚBRICAS DE LA IGLESIA, QUE CONDENAN
EL ACCIONAR IRREGULAR Y ACATÓLICO DE CONCILIARES DEL VATICANO II, THUCISTAS Y
LEFEBVRISTAS
LUCHA CONTRA EL DIABLO
Durando de Mende, en su
Racional, se esfuerza por probar que este Domingo y los que le siguen dependen
siempre del Evangelio de las bodas divinas y no son más que su explicación.
"Y porque estas bodas, dice para hoy, no tienen mayor enemigo que la
envidia de Satanás contra el hombre, la Iglesia trata, en este Domingo, de la
guerra contra Satanás y de la armadura de que nos debemos revestir para
defendernos en ella, según se verá en la Epístola. Y, como el cilicio y la
ceniza son las armas de la penitencia, la Iglesia en el Introito saca a relucir
la voz de Mardoqueo, que rogaba a Dios, cubierto del cilicio y la
ceniza"[2].
MISERIA DEL GÉNERO HUMANO
Su fundamento tienen las
reflexiones del Obispo de Mende. Mas, bien que el pensamiento de la unión
divina, que pronto se consumará, no abandone nunca a la Iglesia, ésta se
mostrará de modo especial verdaderamente Esposa en la desdicha de los últimos
tiempos, cuando, olvidándose de sí misma, sólo pensará en los hombres, cuya
salvación la confió el Esposo. Lo hemos dicho ya: la proximidad del juicio
final, el estado lamentable del mundo en los años que precederán inmediatamente
al desenlace de la historia humana, es lo que domina en la Liturgia de estos
Domingos. La parte de la Misa de hoy que más impresionó a nuestros padres, es
el Ofertorio sacado de Job, con sus versículos de exclamaciones expresivas y
repeticiones apremiantes; puede decirse, en efecto, que este Ofertorio encierra
perfectamente el verdadero sentido que conviene dar al Domingo vigésimoprimero
después de Pentecostés.
Al mundo, que se ve
reducido, como Job en el estercolero, a la más extrema miseria, ya solamente le
queda la esperanza en Dios. Los santos que todavía viven en él, honran al Señor
con una paciencia y una resignación, que en nada merman el ardor y la fuerza de
sus súplicas. Tal es el sentimiento que desde el primer instante produce en
ellos la oración sublime formulada por Mardoqueo. Rogaba éste en favor de su
pueblo condenado a un exterminio total, figura del que espera al género
humano[3].
INTROITO
En tu voluntad, Señor,
están puestas todas las cosas, y no hay quien pueda resistir a tu voluntad:
porque tú lo has hecho todo, el cielo y la tierra, y todo cuanto se contiene en
el ámbito del cielo: tú eres el Señor de todo. — Salmo: Bienaventurados los
puros en su camino: los que andan en la Ley del Señor. V. Gloria al Padre.
La Iglesia, en la
Colecta, indica bastante que, si bien está pronta a sufrir los tiempos malos,
prefiere la paz, que la permite ofrecer libremente el tributo simultáneo de las
obras y la alabanza. El último ruego de Mardoqueo en la oración cuyas primeras
palabras las tenemos en el Introito, era para esta libertad de la alabanza divina,
que será el último amparo del mundo: Podamos cantar a tu Nombre, oh Señor, y no
cierres la boca de los que te alaban"[4].
COLECTA
Suplicámoste, Señor, custodies a tu familia con tu
continua piedad: para que, con tu protección, se vea libre de todas las
adversidades y, con buenos actos, sirva devota a tu nombre. Por Nuestro Señor
Jesucristo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola
del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef„ VI, 10-17).
Hermanos: Confortaos en el Señor y en el poder de su
virtud. Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir a las
asechanzas del diablo. Porque no tenemos que luchar contra la carne y la
sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los tenebrosos rectores
de este mundo, contra los espíritus del mal en los cielos. Por lo cual, tomad
la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y ser perfectos en
todo. Tened, pues, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y estad vestidos de la
coraza de la justicia, y tened los pies calzados con la preparación del
Evangelio de la paz: tomad en todo el escudo de la fe, con el cual podréis
extinguir todos los dardos encendidos del malvado: y el yelmo de la salud: y la
espada del espíritu, que es la palabra de Dios.
EL DÍA DEL JUICIO
Los días malos, que ya
señalaba el Apóstol el último Domingo, son muchos en la vida de cada hombre y
en la historia del mundo. Mas, para cada hombre y para el mundo, hay un día
malo entre todos: el del fin y el del juicio, del cual canta la Iglesia que la
desgracia y la miseria le convertirán en un día de gran amargura. Los años se
han dado al hombre, y los siglos se suceden unos a otros para preparar el
último día. Dichosos los combatientes del buen combate y los vencedores de ese
día terrible; se los verá entonces de pie sobre las ruinas y perfectos en todo,
conforme a la palabra del Doctor de las naciones. No conocerán la segunda
muerte; coronados con la diadema de la justicia, reinarán con Dios sobre el
trono de su Verbo.
APOYARSE EN CRISTO
La guerra es fácil con el
Hombre-Dios por jefe. Únicamente nos pide por su Apóstol que busquemos nuestra
fuerza sólo en El y en la potencia de su virtud. La Iglesia sube del desierto
apoyada en su Amado. El alma fiel se siente conmovida al pensar que sus armas
son las mismas que tiene el Esposo. No en vano los Profetas nos le pintaron ya
de antemano ciñendo antes que nadie el escudo de la fe, tomando el casco de la
salud, la coraza de la justicia y la espada del espíritu, que es la palabra de
Dios. El Evangelio nos le presentó en medio de la lid para, con su ejemplo,
formar a los suyos en el manejo de estas armas divinas.
EL ARMA DE LA FE
Armas múltiples por razón
de sus múltiples efectos, pero todas, ofensivas o defensivas, se resumen en la
fe. Fácilmente ello se echa de ver al leer la Epístola de hoy, además de que
eso es lo que nuestro jefe divino quiso enseñarnos cuando, al ser tentado por
tres veces en la montaña de la Cuarentena, quiso responder otras tantas con
textos de la Escritura. La victoria que triunfa del mundo es la de nuestra fe,
dice San Juan[5]; y en el combate de la fe resume el Apóstol, al final de su
carrera, sus propias luchas y las de toda vida cristiana. A pesar de las
condiciones nada favorables que señala el Apóstol, es la fe la que asegura el
triunfo a los hombres de buena voluntad. Si en la lucha emprendida tuviésemos
que juzgar de las esperanzas del éxito de las partes adversas comparando sus
fuerzas respectivas, es seguro que las conjeturas nos serían desfavorables.
Porque no tenemos que hacer frente a hombres de carne y sangre, sino a enemigos
impalpables que llenan el aire y son, por tanto, invisibles, inteligentes y
fuertes; que conocen a maravilla los tristes secretos de nuestra pobre
naturaleza caída y dirigen todo su valer contra el hombre para engañarle y
perderle por el odio que tienen a Dios. En su origen fueron creados para
reflejar en la pureza de una naturaleza completamente espiritual el resplandor
divino de su autor; ahora, por su orgullo, son y manifiestan ser una
monstruosidad de puras inteligencias consagradas al mal y a odiar la luz.
CONVERTIRSE EN LUZ
Nosotros, que ya por
nuestra naturaleza sólo somos tinieblas, ¿cómo, pues, lucharemos con estas
potencias espirituales, que ponen toda su ciencia al servicio de la oscuridad?
San Juan Crisóstomo[6] lo dice: "Convirtiéndose en luz." Es cierto
que la faz del Padre no puede lucir directamente sobre nosotros antes del gran
día de la revelación de los hijos de Dios; pero ya desde ahora tenemos la
palabra revelada[7], que suple nuestra ceguera. El bautismo abrió el oído en
nosotros, pero no abrió todavía los ojos; Dios habla por la Escritura y por su
Iglesia, y la fe nos da una certeza tan grande como si ya viésemos.
Con su docilidad de niño,
el justo camina en paz por la sencillez del Evangelio. La fe le guarda contra
los peligros mejor que el escudo, y mejor que el casco y la coraza; la fe
amortigua los dardos de las pasiones e inutiliza los engaños enemigos. Con ella
no se necesitan razonamientos sutiles ni largas consideraciones, para descubrir
los sofismas del infierno o tomar una decisión en un sentido u otro. ¿No
bastará en cualquier circunstancia la palabra de Dios, que nunca se equivoca?
Satanás teme al que con ella se contenta; tema más a un hombre así, que a las
academias y escuelas de los filósofos. Está acostumbrado a sentirse triturar en
todo choque debajo de sus pies[8]. El día del gran combate[9] fue arrojado de
los cielos con una sola palabra de San Miguel Arcángel, convertido en estos
días en modelo y defensor nuestro.
En el Gradual y Versículo
recuerda la Iglesia al Señor, que nunca cesó de ser el refugio de su pueblo; su
bondad y su poder precedieron a todos los siglos, porque Dios existe desde la
eternidad. Defienda, pues, ahora a los suyos, que se ven obligados en su
pequeño número a preparar, como en otro tiempo Israel, el éxodo final de la
Iglesia, la cual abandona este mundo nuevamente infiel para ir a la verdadera
tierra prometida.
GRADUAL
Señor, tú has sido
nuestro refugio de generación en generación. V. Antes que se hiciesen los
montes o se formase la tierra y el orbe: desde siempre y para siempre tú eres
Dios.
Aleluya, aleluya, y. Al
salir de Egipto Israel, salió de un pueblo extranjero la casa de Jacob.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo
Evangelio según San Mateo (Mat., XVIII, 23-35).
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta
parábola: El reino de los cielos es semejante a un rey que quiso pedir cuentas
a sus siervos. Y, habiendo comenzado a pedir cuentas, le fue presentado uno que
le debía diez mil talentos. Mas, como no tuviese con qué pagarlos, su señor
mandó venderle a él, y a su mujer, y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para que
pagase. Postrándose entonces aquel siervo, le rogó diciendo: Ten paciencia
conmigo, y todo te lo pagaré. Y, compadecido el señor de aquel siervo, le
soltó, y le perdonó la deuda. Mas, habiendo salido aquel siervo, encontró a uno
de sus consiervos, el cual le debía cien denarios: y, apretándole, le ahogaba
diciendo: Da lo que debes. Y, postrándose su consiervo, le rogó diciendo: Ten
paciencia conmigo, y todo te lo pagaré. Pero él no quiso: sino que se fue, y le
metió en la cárcel hasta que pagase la deuda. Y, cuando vieron sus consiervos
lo que había hecho, se contristaron mucho: y fueron y contaron a su señor todo
lo sucedido. Entonces su señor llamó a aquel siervo, y le dijo: Siervo malo,
¿no te perdoné a ti toda la deuda porque me lo rogaste? ¿No debiste, pues,
compadecerte tú también de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? Y, airado
su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase toda la deuda. Así hará
también mi Padre celestial con vosotros, si no perdonare cada cual a su hermano
de todo corazón.
Meditemos la parábola de
nuestro Evangelio, que sólo pretende enseñarnos un medio seguro para saldar
nuestras cuentas desde ahora con el Rey eterno.
SENTIDO DE LA PARÁBOLA
En realidad, todos
nosotros somos ese servidor negligente e insolvente deudor, que su amo tiene
derecho a vender con todo lo que posee y entregarle a los verdugos. La deuda
que hemos contraído con su Majestad por nuestras faltas, es de tal naturaleza,
que requiere en toda justicia tormentos sin fin y supone un infierno eterno,
donde, pagando continuamente el hombre, jamás satisface la deuda. ¡Alabanza,
pues, y reconocimiento infinito al divino acreedor! Compadecido por los ruegos
del desgraciado que le pide un poco más de tiempo para pagar, el amo va más
allá de su petición y al momento le perdona toda la deuda, pero poniéndole con
justicia una condición, según lo demuestra lo que sigue. La condición fue la de
que obrase con sus compañeros de igual modo que su amo había hecho con él.
Tratado tan generosamente por su Rey y Señor, y perdonada gratuitamente una
deuda infinita, ¿podría rechazar él, viniendo de un igual, el ruego que a él le
salvó y mostrarse despiadado con obligaciones que tuviesen para con él?
“Ciertamente, dice San
Agustín, todo hombre tiene por deudor a su hermano; porque ¿qué hombre hay que
no haya sido nunca ofendido por nadie? Pero, ¿qué hombre existe también que no
sea deudor de Dios, puesto que todos pecaron? El hombre es, pues, a la vez,
deudor de Dios y acreedor de su hermano. Por eso, Dios justo te ha dado esta
orden: obrar con tu deudor como él hace con el suyo...[10] Todos los días
rezamos, y todos los días hacemos subir la misma súplica hasta los oídos
divinos, y todos los días también nos prosternamos para decir: Perdónanos
nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores[11]. ¿De qué
deudas hablas tú, de todas tus deudas o solamente de una parte de ellas? Dirás:
De todas. Luego perdona tú todo a tu deudor, dado que ésa es la regla puesta y
la condición aceptada”[12].
PERDONAR PARA SER
PERDONADO
"Es más grande, dice
San Juan Crisóstomo, perdonar al prójimo sus agravios para con nosotros que una
deuda de dinero; pues, perdonándole sus faltas, imitamos a Dios"[13]. Y
¿qué es, visto bien todo, la injusticia del hombre con otro hombre si se compara
con la ofensa del hombre para con Dios? Mas ¡ay!, ésta nos es familiar: el
justo lo experimenta siete veces al día[14]; más o menos, pues, llena nuestro
diario vivir. Muévanos siquiera a ser misericordiosos con los demás, la
seguridad de ser perdonados todas las tardes con la sola condición de retractar
nuestras miserias. Es costumbre laudable la de no acostarse si no es para
quedarse dormido en los brazos de Dios, como el niño de un día; pero, si
sentimos la necesidad santa de no encontrar al fin del día en el corazón del
Padre que está en los cielos[15], más que el olvido de nuestras faltas y un
amor infinito, ¿cómo pretender a la vez conservar en nuestro corazón molestos
recuerdos o rencores pequeños o grandes, contra nuestros hermanos, que son
también hijos suyos? Ni siquiera en el caso de haber sido objeto de violencias
injustas, o de injurias tremendas, se podrán comparar nunca sus faltas contra
nosotros con nuestros atentados a este bondadosísimo Dios, de quien ya nacimos
enemigos y a quien hemos causado la muerte. Imposible encontrar un caso en que
no se pueda aplicar la regla del Apóstol: Sed misericordiosos, perdonaos
mutuamente como Dios os ha perdonado en Cristo; sed los imitadores de Dios como
sus hijos carísimos"[16]. Llamas a Dios Padre tuyo y ¡no olvidas una
injuria! "Eso no lo hace un hijo de Dios", sigue diciendo
admirablemente San Juan Crisóstomo; "la obra de un hijo de Dios consiste
en perdonar a sus enemigos, rogar por los que le mortifican, dar su sangre por
los que le odian. He aquí lo que es digno de un hijo de Dios; hacer hermanos
suyos y sus coherederos a los enemigos, a los ingratos, a los ladrones, a los
desvergonzados, a los traidores"[17].
Ponemos aquí íntegramente
el célebre Ofertorio de Job, con sus versículos. Lo que hemos dicho al principio
de este Domingo, ayudará a entenderlo. La antífona, lo único que hoy se
conserva, nos pone delante, dice Amalario, las palabras del historiador que
cuenta sencillamente los hechos; por eso su estilo es el narrativo. Job, al
contrario, entra en escena en los versículos, con el cuerpo agotado y el alma
llena de amargura: sus repeticiones, interrupciones, nuevos comienzos, sus
frases sin terminar, expresan al vivo su respiración jadeante y su dolor[18].
OFERTORIO
Había en la tierra de Hus
un hombre llamado Job: era sencillo y recto y temeroso de Dios: al cual pidió
Satanás, para tentarle: y le fue dado por el Señor poder sobre sus bienes y
sobre su carne: y destruyó toda su riqueza y los hijos: e hirió también su
carne con graves úlceras.
V/. I. — ¡Ojalá Dios
pesase mis pecados, ojalá Dios pesase mis pecados, por los que he merecido la
cólera, por los que he merecido la cólera, y los males y los males que sufro:
éstos parecerían más grandes!
—Había en la tierra de
Hus.
V/. II. — Porque ¿qué
fuerza tengo, qué fuerza tengo, qué fuerza tengo para sobrellevarlos, o cuándo
llegará mi fin, para obrar con paciencia?
—Había en la tierra de
Hus.
V/. III. — ¿Acaso mi
resistencia es como la de las rocas, o mi carne es de bronce?, ¿o mi carne es
de bronce?
—Había en la tierra de
Hus.
V/. IV. — Porque, porque,
porque mi ojo no volverá ya a encontrarse en condiciones de ver la felicidad,
de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la
felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de
ver la felicidad.
—Había en la tierra de
Hus.
La salvación del mundo,
como la del hombre, está siempre en potencia en el augusto Sacrificio, cuya
virtud cura en la tierra y aplaca en el cielo.
Ofrezcámosle, sin
desalentarnos nunca, como un recurso supremo a la misericordia divina.
SECRETA
Recibe, Señor, propicio estas hostias, con las que has
querido aplacarte y restituirnos a nosotros la salud con poderosa piedad. Por
Nuestro Señor Jesucristo.
En el fondo del alma de
la Santa Madre Iglesia corren parejas una esperanza indefectible y su admirable
paciencia. Por más que se repitan contra ella las persecuciones, su oración no
desmaya; porque guarda fielmente en su corazón el recuerdo de la palabra de
salvación que la dió el Señor. La antífona de la Comunión nos lo recuerda.
COMUNIÓN. — REALIZAR LA COMUNIÓN ESPIRITUAL, VERDADERA COMUNIÓN
[01]
Desfallece mi alma por recibir de ti la salvación; espero
en tu palabra: ¿cuándo juzgarás a los que me persiguen? Los inicuos me han
perseguido: socórreme, Señor, Dios mío.
En posesión ya del
alimento de inmortalidad, consigamos vivir con la sinceridad de un alma
purificada.
POSCOMUNIÓN
Conseguido el alimento de la inmortalidad, suplicámoste,
Señor, hagas que, lo que hemos recibido con la boca, lo practiquemos con alma
pura. Por Nuestro Señor Jesucristo.
— DOM PRÓSPERO GUÉRANGER, El Año Litúrgico, Primera Edición
Española Traducida Y Adaptada Para Los Países Hispano-Americanos Por Los Monjes
De Santo Domingo De Silos.
NIHIL OBSTAT: F.R. FRANCISCVS SÁNCHEZ. 0. S. H. Censor ordinis.
IMPRIMATVR: P. ISAAC M. TORIBIOS, Abbas Silensis, Ex Monasterio
Sancti Dominici de Silos, die 7.I.1953
Notas
[01] COMUNIÓN ESPIRITUAL, VERDADERA
COMUNIÓN: https://www.facebook.com/photo?fbid=381902818003537&set=a.235028616024292
[1] Domingo VII después de Pentecostés.
[2] Racional VI, 138; Est., IV, 1.
[3] Est., XIII, 9-11.
[4] Est., XIII, 17.
[5] I San Juan V, 4.
[6] Homilía XXII sobre la Epístola a los
efesios.
[7] II San Pedro II, 19.
[8] Romanos XVI, 20.
[9] Apocalipsis XII, 7.
[10] Sermón LXXXIII, 2.
[11] San Mateo VI, 12.
[12] San Agustín, Sermón LXXXIII, 4.
[13] Sobre la Epístola a los efesios,
Homilía XVII, 1.
[14] Proverbios XXIV, 16.
[15] San Mateo VI, 9.
[16] Efesios IV, 32; V, 1.
[17] Sobre la Epístola a los efesios,
Homilía XIV, 3.
[18] De Ecclesiástes Off 1, III, c. 39.
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